Por Maria Elisa Macedo.
El director uruguayo Pablo Stoll, estuvo en Belo Horizonte (Brasil) por dos semanas dictando el taller de dirección en el “Lugar de Cinema”, una escuela de cine. Entre las grabaciones de los cortos del taller – que tuvo más de 15 alumnos inscritos que llegaron de muchas partes de Brasil-, Stoll nos concedió una entrevista, donde habló de su nuevo proyecto y reflexionó acerca del cine hecho en Uruguay y Latinoamérica.
Se han realizado lecturas de los films 25 Watts y Whisky en función de la representación de determinada idiosincrasia. ¿Vos pensás que tu cine pretende o pretendió narrar lo nacional?
No pretendimos narrar lo nacional en un sentido explícito, lo que pasa es que éramos uruguayos filmando en Uruguay con actores uruguayos y todos los lugares a dónde apuntáramos la cámara iba a ser un pedazo del país. Entonces no había mucha forma de zafar y hacer una película que no recogiera algo de lo uruguayo.
Pero también, me parece que el hecho de que las películas hayan funcionado en otros países no es porque querían conocer a los uruguayos sino porque las películas funcionaban en general más universalmente. Jóvenes pelotudos hay en todas partes y personas estancadas en la vida también.
En Uruguay hay como una necesidad de reafirmación constante de que somos un país, que existimos y que la gente nos quiere ver y que somos súper buenos e interesantes para todo el mundo. Eso me parece una visión muy provinciana y a la vez muy chauvinista que tenemos los uruguayos que me molesta mucho. Yo hice cine uruguayo para mostrar las cosas que estaban alrededor mío que justo fue en este país pero si hubiera sido noruego, bueno, entonces hubiera filmado en Noruega. No fue nunca nada buscado.
Por ejemplo, Whisky fue una película que se estrenó después de la crisis y hablaba de una fábrica que estaba medio en ruinas pero no era una película que hicimos para denunciar la situación, la fábrica estaba en ruinas mucho antes de la crisis. Y 25 Watts se hizo en un momento en el que los jóvenes uruguayos se iban en el país, era normal irse, y como éramos un grupo de jóvenes haciendo una película en Uruguay sobre jóvenes, también se leyó un poco eso, pero tampoco tiene que ver con una cosa que quisiéramos decir especialmente. Más bien tenía que ver con las ganas de contar algo que nos había pasado a nosotros desde que teníamos 20 años que empezamos a escribir el guion hasta que la filmamos que teníamos 25 años. Además lo importante era contra las historias de determinada forma, la forma importaba mucho. Buscábamos contar a través de determinados chistes y formas de poner la cámara. En un momento 25 Watts se había transformado en una declaración de principios había un montón de cosas que queríamos decir sobre lo que nos rodeaba con el tiempo se fueron licuando y quedó más una historia y no tanto una cosa explícita.
Desde tu mirada, ¿cómo era el escenario cinematográfico uruguayo en el 2000, momento en el que emergen nuevos cineastas y nuevas filmografías?
En el año 2000 ya había un movimiento incipiente en torno al cine en Uruguay. Desde el año 97 había un fondo (el FONA de la Municipalidad de Montevideo) y se había hecho algunas películas que habían tenido bastante éxito (Una Forma de Bailar, El Viñedo, Otario) y había una masa crítica de estudiantes en varias universidades privadas (UCUDAL, ORT, ECU) que estábamos haciendo cosas. En el mismo año que 25 Watts se filmaron 8 historias de amor y Los días con Ana. La diferencia a favor nuestro fue que filmamos en cine y que teníamos la intención de seguir hasta donde la película nos llevara, pero no fue casual que 25 Watts surgiera ese año, de hecho, la mayoría de los participantes del equipo han hecho ya sus películas.
A partir del año 2000 el cine uruguayo aumentó su producción de largometrajes, tanto documentales como ficción, te parece que es posible hablar de una industria cinematográfica aunque sea pequeña.
Creo que no se puede hablar de una industria, pero se puede hablar de una artesanía o un artesanato. Lo industrial significa producir algo con un fin ulterior al producto, por ejemplo, vos producís botellas porque ahí van a poner agua y las van a vender. Sos una parte de la industria y tu producción tiene un sentido. Me parece en Uruguay, las películas, cualquiera de ellas, se hacen porque alguien tiene ganas de hacerla y porque le gusta esa película. Y las películas que se han hecho pensando en un rédito industrial, generalmente no funcionaron mucho. En general, las películas que funcionan más son las que se hacen porque alguien tiene ganas de hacerlas y se dedica 5 o 10 años y consigue la plata. Entonces creo que hay algo más artesanal, además, cada productora tiene su forma de producir.
En Uruguay hay una industria audiovisual que es la de la publicidad, que sí es una industria. Es gente que trabaja todo el tiempo y producen comerciales principalmente para el exterior. Algunos trabajamos ahí, yo trabajé un tiempo, pero sobre todo los técnicos trabajan ahí y su formación viene por ese lado y está bueno que exista una industria para poder tener técnicos capaces de filmar otras cosas. Eso después genera otros problemas porque los técnicos cobran mucha plata y demás. Pero eso la producción audiovisual sí es una industria, mientras que la ficción y obviamente los documentales son mucho más artesanales. Tratar de equiparar eso a una industria es un error.
Obviamente los gobiernos, ahora el gobierno uruguayo está poniendo un poco de plata en el cine, necesitan que sea una industria, pero no lo es, no sé, es una contradicción que funciona ahí, es una contradicción que en algún momento se solucionará o no.
¿Cuáles son sus referentes cinematográficos? ¿Hubo entre los cineastas de Uruguay algún "padre" o existió un referente extranjero?
Cuando empezamos a pensar en hacer cine, al principio de los 90, el cine más cercano que era el argentino estaba dominado por Subiela y Solanas y por las películas sobre las dictaduras entre la denuncia y la "explotation". Todo ese cine nos parecía muy malo. O sea, que contrariamente a tener alguien a quien seguir teníamos referentes para estar en contra.
En Uruguay el cineasta que más me interesó en ese momento era Ricardo Islas, que hacía películas de terror en VHS en Colonia del Sacramento. Álvaro Buela y Aldo Garay fueron referentes para mí y por suerte pude trabajar con ellos y aprender mucho.
Las personas que hacen cine en Uruguay ¿mantienen un diálogo, se nuclean e intercambian?
Sí, porque más o menos nos conocemos entre todos. Yo hace 20 años que filmo y hace 12 que hice mi primera película entonces conozco mucha gente, igual hay gente joven que no conozco. Pero mi generación y un poco más jóvenes nos conocemos todos y tenemos una relación. Hay un grupo de directores que nos juntamos a veces, los productores tienen su asociación. Hay como una idea común de cómo hacer las cosas, también existe un diálogo fluido con el Instituto de Cine, en el que trabajan diez personas no es como el INCAA –Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales-que es un elefante, al ICAU –Instituto de Cine y Audiovisual del Uruguay- uno puede ir y llamar por teléfono al director, encontrarse para charlar y está todo bien.
Control Z, la productora que crearon junto a Juan y otro socios, tienemuchas producciones que no sólo las propias, ¿no?
Sí, a Control Z la armamos para distribuir 25 Watts y después de eso Manolo Nieto, que era nuestro asistente de dirección en la película, nos pidió si podía utilizar nuestro nombre para presentarse al Fondo Hubert Blas para presentarse al festival de Rotterdam para unos fondos de guion.
Todo fue una cosa así de ayudar amigos que estaban haciendo películas y de hecho las pelis que produjimos fueron de gente amiga, claro, nos interesaban las pelis en sí y además, que ellos pudieran hacer sus películas. Pero la idea no fue pongamos una productora y hagamos plata con esto. De hecho, no hicimos mucha plata. La idea era tener eso como una oficinita funcionando para poder hacer películas nuestras, de Juan y mías.
Después de que se murió Juan nos preguntamos si seguíamos o no. Y seguimos porque ya teníamos dos películas en preproducción, Acné y Gigante, inmediatamente después vino Hirshima y luego Tres. Después vino la película de mi novia, Tanta Agua, que ganó un fondo cuando estábamos filmando Tres. Pero igual habíamos decidido, antes del rodaje de Tres, con Agustina, Fernando y Gonzalo –los socios- que no íbamos a seguir trabajando juntos.
Finalmente dijimos que Tanta Agua era la última, y ahora nos abrimos. Conexiones siguen existiendo, porque tenemos películas en común y seguimos teniendo deudas, pero la idea es no trabajar más juntos en el futuro. Gonzalo tiene una película aparte y Agustina y Fernando tienen una película con el director de Gigante que se creó en Buenos Aires porque es argentino.
Por un momento nos decían ustedes no abren la cancha y no era un tema de poner en Internet que mandaran los guiones porque íbamos a producirlos. A ninguno de nosotros nos interesaba producir por producir. Era más una cosa de hacer películas que nos gustaban y que eran de gente amiga y tenían una visión cercana al cine. Una sola vez presentamos proyectos simultáneos a los fondos y no nos gustó porque se generó una competencia. Entonces tratamos de llevar adelante un proyecto a la vez y terminarlo.
De hecho, todos los proyectos que presentamos los terminamos, cosa que no pasa siempre –y no siempre ganando los fondos del Estado-. De ocho películas que presentamos ganamos los fondos de Whisky, Tres y Tanta Agua. Los demás los produjimos bastante independientes. Tampoco era una cosa de abarcar y copar la banca. Sí tuvimos un problema de envidia de un montón de productoras que se enojaban porque nosotros íbamos a festivales y nos iba bien y a ellos no. Pero también es gente que no trabaja mucho. Es gente que produce desde antes pero sus películas no tienen el recorrido que podrían haber tenido. Hay que hacer el trabajo de viajar y hacerse conocido y eso es el trabajo, no es lobby, es trabajo.
¿Te gusta lo que se está filmando en Uruguay?
Hay amigos que hacen cosas que me gustan, amigos que hacen cosas que no me gustan. Hay de todo. Lo que no hay es una forma uruguaya de filmar. Hay películas que se hacen en Uruguay. No existe una identidad fundada, de ver un plano y ya saber que es uruguayo. El hecho de pensar que existe una unidad implica una guetización de las cosas que no está bueno. No hay nada más aburrido que un festival de cine latinoamericano, todas las películas son iguales. Yo prefiero el cine en general, no el cine geográfico.
Pero para la industria y para los festivales esto funciona, ¿no?
Nosotros siempre jodíamos con cómo era el epígono de la película: una película latinoamericana, gay de mujeres indias con sida. Cada cosa que le vas agregando la va achicando y haciendo más específico. Hay un festival que es de todo eso. Son esas cosas que me parecen un poco aburridas. Me parece que está bueno ir a ver películas y que nos sorprendan y no ya saber lo que se va a ver de antes. Son concesiones que le hacemos a la industria que no está bueno hacerle. Yo siempre me enojo mucho con los festivales cuando por ejemplo, si la película se mostró en el Bafici entonces no se puede mostrar en Mar del Plata, o por ejemplo, si se mostró en Hamburgo no se puede mostrar en Berlín. Son dos ciudades con 600 km de diferencia, hay públicos diferentes, existen esos celos profesionales que me embolan mucho.