Crónicas del 28° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (Cine)

Cine, playa y fideos

Foto: Marcos Banina
Por Soledad Castro.

1. Feliz por La Feliz

Despertarse en Mar del Plata con un sol que rajaba el asfalto fue maravilloso. ¿Puede haber algo más perfecto que un día playero y cinéfilo por delante? Preparé el mate, el bolsito, el bronceador, y me fui a caminar por la rambla (que según me aclaró Gabriela Gargiulo, gran amiga y asistente de dirección de nuestra película, no es de río sino de mar). Dejé los montes y me vine al mar... 

Pero no dejé los autos. La rambla de Mar del Plata es totalmente citadina, con un esplendor cálido y algo venido a menos, entre cincuentero y setentero, ofrecido por unos grandes edificios bastante bien conservados. En el horizonte se recortan el Casino y el Hotel Provincial, construcciones señoriales de ladrillo visto que me hicieron pensar durante un largo rato que caminaba por dentro de los dibujos de Isidoro Cañones. Me parecía que en cualquier momento iba a pasar el tipo con su jopo y su entusiasta novia Cachorra, de juerga en el convertible. Lo que le costó entender a mi cabeza criada cerquita del mar uruguayo fue la manera en que está organizada la playa: después de la calle, viene una serie de casitas de hierro, filas de carpas que ocupan casi todo el espacio. Entre esas estructuras incomprensibles (que se alquilan de a una, claro) y la orilla del mar hay una parte ínfima, como un cinturón de arena que estalla de gente. El concepto de veraneo que implica quedarse en un edificio con unos departamentos tan chicos como boxes (de hecho estamos parando en una especie de búnker con cuchetas) y esas playas con carpas de hierro y arena negra me resulta tan extraño que reafirma la idea de que la cultura de cada lugar nuevo, por más parecida que nos resulte a priori,  es un descubrimiento que necesita apertura y disfrute del asombro. 

Foto: Marcos Banina

2. Festivalear

Como siempre, el mate es garantía de sonrisas: los guardias de seguridad del festival se rendían al uruguayismo enrulado y me dejaban pasar con alguna palabrita acorde: qué lindo mate, buen provecho. Conseguí mi acreditación, catálogo, bolsito, libreta, birome y todas esas cositas festivaleras tan lindas. Después vino la noticia del día: Marcos Banina, fotógrafo de Pasos y Kilómetros, compañero de ruta en Iulelé Toma Uno (nuestra productora uruguaya) y amigo entrañable, llegaba más temprano, a las seis de la tarde. Ni corta ni perezosa nos preparé la maratón cinéfila de la noche: 1. Media hora de reencuentro y festejo entusiasta. 2. La última de Hong Sang-Soo. 3. La última de Claire Denis. 4. Blind Detective, una de las dos últimas de Johnnie To. Tres tremendas películas en la misma sala; borrachera de imágenes, sonido y amistad.

Foto: Marcos Banina
Llegamos al Ambassador corriendo, perdidos y contentos entre los pequeños árboles, las callecitas de negocios y las casas bajas, estableciendo las clásicas comparaciones con Montevideo y concluyendo en un “¡Más tranqui Mar del Plata!” digno de buenos rockeros. El cine es espectacular: viejo, con cartel luminoso, grande, elegante, lleno de gente. Qué mortal zafar de los shoppings. Ninguna sala posmoderna puede compararse con la nobleza de unos buenos cortinados, el olor de las butacas de madera, el techo altísimo, el volumen de los zócalos antiguos sugerido por las luces tenues. La gente que va a ver este tipo de películas es mi gente favorita: las caras, la ropa, el swing. Es importante tener la chance de sentir que uno pertenece; mirarse con el que está antes en la cola y saber que para el tipo también resulta un triunfo estar ahí.


3. Our Sunhi – Hong Sang Soo 


Our Sunhi es la última película de Hong Sangsoo. Qué director de actores increíble. Siempre me conmueve que un cineasta decida trabajar la puesta en escena con tan pocos elementos: una chica, un hombre, una ciudad, un bar, luz día. Encuadres, temporalidad de los planos, pequeños énfasis de acercamiento y alejamiento con zoom, esquinas, diálogos. Personajes a los que siempre se les ven los rostros (acota Marcos, por eso el fotógrafo sobreexpone: si le queman los blancos le chupa un huevo). Los actores relucen gracias a la austeridad absoluta en la puesta de cámara, que construye en largos planos fijos y diálogos infinitos una lánguida pintura de la intimidad. 

Sunhi es una triste estudiante de cine, de párpados cargados, que llega a su ciudad y va encontrándose con diversos pretendientes: un profesor al que debe pedirle una carta de recomendación, un viejo amor que la extraña, un director que la motiva. Es una mina buscando algo, un sentido, e intenta ponerlo en cada hombre con el que se cruza. Pero las relaciones no se construyen con el peso del pasado: la cámara es testigo del presente más absoluto (interminables charlas de plazas y bares, un encuentro casual, una caminata, una llamada telefónica) y es desde ahí que logra meterse hasta el hueso con la narración. 

Los personajes se observan como nosotros a ellos, como si fuera siempre la primera vez. Los conflictos más pesados son consigo mismos, y los encuentros o desencuentros cotidianos se van sucediendo enmarcados en un humor casi doloroso de tan leve, construido en base a la repetición y la superposición de motivos visuales que se encuentran en toda su filmografía (calles en subida o bajada, mesas de bares con botellas que se acumulan, esquinas, puentes y lugares con agua, ventanas) y diálogos semi documentales que uno no tiene ni idea de hasta qué punto son guionados y hasta qué punto improvisados. Lo interesante es que la película logra una frescura, una liviandad que no le impide en lo más mínimo llenarse de comentarios ácidos sobre el mundo del cine, lo banal de los discursos sobre los demás, las dificultades en las relaciones humanas. Y como en el resto de sus películas, me impresiona esa generosidad, esa honestidad para contar la amistad e intimidad masculinas que como buena mujer, jamás seré capaz de vivir y que sin embargo siempre me ha afectado tanto. Un verdadero maestro contemporáneo. 

4- Les Salaudes – Claire Denis


Salimos impactados a comprar un chocolate. No hablamos mucho de la película, no hay tiempo. Ya arranca la otra; es la primera vez que Marcos ve tres películas seguidas en el cine. Y claro, es toda una experiencia; los diversos mundos se ponen en contexto de otra manera, unos con los otros, y se vuelve recontra evidente la infinita capacidad de combinaciones, tendencias y estilos del universo audiovisual. Se apaga la luz. 

Esto es otra historia. Cada plano es turbio, sórdido y terrible. Claire Denis pinta la disfuncionalidad de los vínculos entrelazados por lazos familiares yéndose al carajo. Como buena discípula de Godard, y como demuestra en todas sus películas, nunca hay en su puesta en escena un respeto armado y anquilosado del lenguaje audiovisual ni de los dispositivos narrativos: anarquía en los ejes; un montaje disperso en términos espaciales, siempre enmarcado en el punto de vista de los personajes; idas y venidas en la trama, en este caso basada en la turbiedad de los vínculos sexuales y en cada rostro que se encuadra, donde cada uno es más perturbador que el anterior. 

Lo más zarpado de Claire Denis es el deseo con el que filma los cuerpos, las líneas y las marcas de la piel, la luminosidad de las miradas. Uno está acostumbrado a ver en el cine a las mujeres filmadas con deseo, pero en esta película hay un hombre que se las trae. Ese actor (o ese personaje) está filmado con un nivel de gozo de esos a lo Lynch, que logran que la sala entera respire hondo acompasadamente. En la primera escena de conquista, el tipo arregla la bicicleta del hijo de ella: vemos las torsiones de su espalda, los pequeños movimientos al arremangarse la camisa, la línea del cuello. Más que acciones, sensaciones, y una conciencia muy pesada en la relación entre la cámara y lo que se filma. El resultado es una película de una incomodidad que hizo que anoche, más que nunca, el Mac Donalds salvador de la esquina del cine se convirtiera en el lugar más sórdido del mundo.

5- Blind detective – Johnnie To


Y después vino la cereza de la torta para una noche gloriosa. No puedo hablar mucho de esta película: lo que sé es que quiero estudiarla. Es una película infinita, de una apertura de lecturas demasiado grande como para laburarla ahora, mientras mis compañeros me agitan para salir corriendo a la próxima charla de Pierre Etaix. Pero lo que puedo adelantar es que esta película tiene todos los aditamentos de una obra maestra: es divertida, absurda, conmovedora; tiene acción, suspenso, imprevisibilidad en cada una de las secuencias; un nivel de humor, ironía y conciencia visual maravillosos; una entrega del cuerpo y del alma por parte de los actores que no se puede más. 


Si hubiera sido programadora de cine en mi tierna infancia, hubiera soñado con escribir la locución comercial para anunciar esta película por televisión, ¿no? Suspenso, amor, humor, absurdo, sorpresa, sorpresa, sorpresa, sorpresa, acción y adrenalina puras, autoconciencia a pleno. Qué gran, gran, enorme película. No hace más que venir a confirmar la persistente idea de que el cine oriental es hoy en día el más experimental y pesado del mundo en términos creativos y de revalorización del género (en este caso, el policial) como un espacio desde el cual se puede hablar del mundo y sus métodos de representación sin renunciar jamás al entretenimiento más puro y visceral. 

Empezar el festival con este estándar está bravo, ahora hay que superarlo. Por suerte todavía queda cine, playa y fideos para rato. Que no se terminen nunca.