Por Carmela Marrero Castro.
Las teorías sobre el actor, en
tanto sujeto creador, son de escasa existencia. En general, los textos que
hablan sobre los actores se limitan a instituir un conjunto de normas
prescriptivas sobre la actuación, y claro, esto responde a diferentes fundamentos
artísticos e ideológicos. Lo que no es fácil, es encontrar reflexiones que se
centren en el actor en tanto sujeto enunciador –más allá de la dirección o del
personaje que “encarna”- y por ese motivo se termina evaluando la calidad de la
actuación según la buena o mala construcción de un personaje.
¿Qué códigos existen para pensar
la actuación? ¿Con qué palabras conceptualizar ese resto creativo único e
irrepetible que sucede en cada función y que responde al gesto del actor? ¿Por
qué la actuación en sí misma –no en tanto representación de un personaje o
encarnación del texto- carece de sistematización y no es visible? Tal vez, la
invisibilización de la actuación responda al sistemático ocultamiento del cuerpo
característico de la cultura occidental. Si eso es así, la propuesta de Pablo
Rotemberg se encarga de desafiarlo y va un paso más allá.
La idea fija pone en escena cuerpos despojados y sin alma, ya que según
Foucault “el alma es la prisión del cuerpo” que nace como una herramienta para controlarlo
y docilizarlo, es decir, es una estrategia de disciplinamiento y control. Pero,
en esta obra, no hay lugar para el control. Aquí, la microfísica del poder se
derrumba y los cuerpos toman la escena. Son actores, pero también bailarines.
Los desnudos y la sexualidad no se sustentan en el encuentro y el amor. Lejos
de ello. Los cruces son furtivos, a veces violentos, y la posibilidad de gozar
en soledad es tan excitante como la de hacerlo entre dos o tres.
Las fronteras se desarticulan.
Hombres travestidos, homosexuales, heterosexuales, violaciones. Todo ello en un
tono que linda lo pornográfico, lo bizarro y la ironía. En este contexto, el
único control posible es el de las coreografías, que componen la temática a
través del movimiento, prescindiendo casi por completo de la palabra.
El desplazamiento por el
escenario despojado –que solo tiene a los cuerpos en el centro de la escena-,
el ritmo vertiginoso con que todo sucede, las luces, la música y el humo, hacen
de esta obra un espectáculo intenso. Mientras, el espectador, allí sentado,
observa, tal vez como un voyeur, tal
vez, como un mero receptor que disfruta de una belleza en la que lo sublime y
lo grotesco se hacen carne.
El ciclo va llegando a su fin, y esta obra que ganó premios y está en cartel desde el año 2010 se despide definitivamente con la presentación de sus últimas funciones, el ciclo se extenderá hasta el 8 de diciembre.
Teatro: El portón de Sánchez, en Sánchez de Bustamante 1034
Días: Domingo a las 20 hrs.
Localidades: $70/$50.
Ficha técnico artística.
Texto: Pablo Rotemberg
Intérpretes: Alfonso Barón, Rosaura García, Juan González, Diego Mauriño, Marina Otero
Actores invitados: Mariano Mazzei, Dolores Ocampo
Escenografía: Mirella Hoijman
Iluminación: Fernando Berreta
Diseño de vestuario: Gabriela A. Fernández
Música original: Gaston Taylor
Música: Raffaella Carrá, Alter Ego, Giogio Moroder, Georgy Sviridov, Antonio Vivaldi
Sonido: Guillermo Juhasz
Fotografía: Coni Rosman
Diseño gráfico: María Gabriela Melcon
Entrenamiento actoral: Valeria Grossi
Entrenamiento vocal: Mecu Bello, Claudio Pirotta
Asistencia coreográfica: Ayelén Clavin, Marina Otero
Asistencia de vestuario: Estefanía Bonessa
Asistencia de dirección: Julia Gómez
Prensa: Debora Lachter
Dirección: Pablo Rotemberg