Crónicas del 28° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (Cine)

Cine, playa y fideos

Foto: Marcos Banina
Por Soledad Castro.

1-Afectarse


Una cosa que tiene el cine es que no es inofensivo. Nunca es un mero entretenimiento ni una experiencia banal, aunque lo parezca. Y más cuando se vive así, en abundancia y con tanta intensidad.

Las imágenes y los sonidos se cuelan en los sueños, en los pensamientos, en los estados de ánimo. Los personajes se nos quedan prendidos: los amamos y extrañamos; los odiamos largo rato. Recuerdo haber leído – o me lo inventé, pero igual viene al caso – que Godard y Truffaut medían la calidad de una película por cómo se sentían entre ellos al salir: si querían pelearse o discutir, si sentían cariño o ternura; se daban la chance de reconocer qué les había producido la experiencia en la emoción efímera del momento.

Foto: Marcos Banina

Del mismo modo, en una máster class de Alex de la Iglesia a la que asistí hace poco, el tipo hablaba de lo importante que es reconocer que desde los inicios del cine no hay película sin público: la imagen en movimiento es una ilusión que solo existe en la mente del espectador. Nosotros también construimos la película; nosotros los que miramos y creemos la fantasía. 

Es que el cine se te mete por todos lados, es por eso que sustituye al mundo. Y en este día de festival nos pasó eso: estuvimos toda la jornada afectados por esa especie de ansiedad festivalera que da cuenta de un vacío inevitable. Una película tras otra, y en cada una la búsqueda para llenar la angustia de soñar más, de mirar mejor, de experimentar más hondo con uno mismo.

2-La herida, de Fernando Franco


La primera película del día fue una española llamada La herida. La tradujeron al inglés como Wounded y me llamó la atención, porque quiere decir “herido”, “lastimado”, ¿no? Es un adjetivo, cuando "la herida" es un sustantivo. No es menor que la película se llame en sustantivo. No es una condición momentánea que esa muchacha protagonista esté herida. Es un hecho absoluto, imposible de ser transformado. Estamos frente a una película sin esperanza.

Ana tiene un trastorno de personalidad. El personaje está contado con un trabajo de puesta en escena impresionante de tan planificado y consciente, con una clara influencia del cine oriental, de tipos como Hou Hsiao Hsien o Kim Ki Duk. Los planos cerrados, que no la abandonan nunca y solo nos dan un poco de aire cuando ella se aleja de cámara, dan cuenta de una narración absolutamente subjetiva y muy jugada. Vivenciamos a pleno el estado del personaje, y la película logra una verosimiltud tan concreta que los momentos más angustiantes no son solamente cuando se corta o se lastima, sino cuando cuida a los pacientes de la ambulancia donde trabaja, o cuando ríe con su amigo, o cuando canta y se relaja. La queremos porque es buena mina, divertida, comprometida, inteligente y bella. Pero no puede consigo misma.

La relación de Ana con su madre tiene un contenido melodramático muy clásico, con escenas de un nivel de puesta de cámara y de actuación muy pero muy conmovedoras. E inesperadas, y genuinas: hay un cineasta hablando de lo que sabe ahí. La película trabaja muy bien la neurosis femenina: todas quienes hemos sabido experimentarla, a mayor o menor nivel, podemos sentirnos identificadas con esa imposibilidad que parece eterna, destinada. Y como espectadores, entramos en esa desesperación de ver cómo el otro no puede levantar la cabeza y mirar alrededor: la película nos obliga a contemplar el peligro y la fragilidad que supone estar enfrascado de ese modo en uno mismo.

Foto: Marcos Banina

Qué sé yo. Tal vez un psicólogo se sienta tentado a describir de otro modo los síntomas del personaje, y cuán enfermo está (de hecho, hablando en el baño con una señora al salir del cine, la escuché aventurar un psicodiagnóstico como quien no quiere la cosa: “no tiene neurosis, es una bipolaridad con rasgos psicóticos”. Tomá para vos y tu tía Gregoria). Yo simplemente me emocioné mucho, sobre todo con la escena final, cuando Ana quiere reconquistar a su novio ausente. Esa escena, en términos de actuación, es una verdadera barbaridad y te rompe el corazón. La película está recontra bien hecha, pero no ofrece salida, ni luz, ni atisbo de futuro. Como el cine es afección, al salir me encontré lidiando con una tristeza infinita... creo que no está muy bueno eso.

3- E agora lembra-me, de Joaquim Pinto



Después de una tarde llena de tareas prácticas, cambiar pasajes, comprar las entradas y todas las tranzas con el mundo real que no se hace cargo de que estamos en un festival de cine, fuimos a ver una película portuguesa llamada E agora lembra-me de la cual yo tenía la siguiente información: un tipo con sida documenta su enfermedad durante años y hace una película con eso. 

Fue muy fuerte verla después de la otra, porque como dijo Aldana al salir, realiza exactamente el recorrido opuesto. Si hay algo que sobra en esta película es belleza, esperanza y complejo amor a la vida. El primer plano nos muestra un pequeño molusco deslizándose por un palito de madera; haciendo el esfuerzo de pasar su baboso cuerpo por encima de la hoja. El motivo visual del insecto se repite incansablemente, haciéndonos saber cómo la vida está ahí, sucediéndose, siendo: abejas, mariposas, mosquitos. Recuerdo cuando era niña, un día mi papá me sentó frente a la rama de un árbol y me dijo que si me quedaba mirando el tiempo suficiente, iba a ver un milagro. Esta película se hace cargo de eso: de cómo la felicidad es una elección, y de cómo el amor es lo único capaz de darle sentido a un mundo donde, entre otras cosas, para lidiar con ciertas enfermedades se realizan tratamientos químicos experimentales con seres humanos. 

Joaquim Pinto y su compañero Nuno realizan esta película y comparten con nosotros su más extrema intimidad. Son muchos los temas, es difícil pensar en agotarlos con un texto. Desde la luz, la valentía, el deseo de cada plano, se cuentan muchísimas cosas. Uno de ellos está enfermo, escuchamos su voz narrando, lo vemos grabarse, desesperar; lo notamos desbarrancar y también pelear, dar una batalla enorme contra su propio cuerpo. La sensación es que la película es un acto de supervivencia, como llevar al extremo aquella frase del Kossakovski que decía que no filmes si puedes vivir sin filmar. Esta película es como un antídoto a la muerte. Un cine de resistencia literal, responsable, atado a la vida, a la estética, a la filosofía y a la trascendencia como única salida posible para la absurda lógica industrial que impera en el mundo.

Foto: Marcos Banina.
La película es un viaje, un recorrido casi sin lineamientos de lectura: presencie e interprete, espectador. Lo que sí creo que no puede dejarse de lado en cualquier comentario es la manera en la que está filmado Rufus, el perro de Joaquim y Nuno. Nunca vi un perro filmado con ese amor, esa ternura tan honda. Ha sido un privilegio ver esta película. Salimos queriendo querernos, abrazarnos: la compasión también se transmite, se enseña y se aprende.