Por Soledad Castro.
Frente a películas que relatan hechos históricos o trabajan con biografías de personajes resulta interesante preguntarse por qué un director elige contar esa historia en un preciso momento. Es decir, si además de proponer un mero acto de contemplación logra construir, a partir de un tiempo y un espacio ajenos al pensamiento del espectador, una constelación de nuevos significados que transformen la expresión en diálogo.
En este caso, la historia que se narra es la de Ip-Man, gran luchador de un arte marcial llamado Wing Chun, que perdió a su familia durante la ocupación japonesa en China y terminó siendo el maestro de Bruce Lee, quien popularizó el estilo en Occidente. El guión coquetea con la idea de un biopic y de una historia de amor, estructurándose por un lado en la figura de Ip-Man y por otro en la de Gong Er, la hija de un maestro del norte que le pide que se case y tenga “una vida apacible” para evitarle la lucha que luego se convertirá inevitablemente en su destino.
Es una narrativa difícil de comprender debido a las elecciones de orden cronológico: resulta exigente para el espectador saber quién es quién, qué pasó primero, quién está de qué lado. Pero la sensación es que el relato es más que nada una excusa y que la idea central y universal que atraviesa la película es la de homenaje: la revisión de las artes marciales como práctica unificadora de un país y de su historia, y el rescate de ciertos códigos relacionados con una moral colectiva y una percepción trascendente de lo honorable –en la relación entre maestro y aprendiz, por ejemplo– que en lugar de proponernos un entretenimiento banal o exótico nos enfrenta a pensar cuánto de eso queda hoy en el mundo.
Wong Kar Wai juega con el espacio y el tiempo de una manera muy particular, aplicando ensayos y experimentos narrativos a todas sus películas. Pero sobre todo es un Grandmaster en la combinación de recursos estéticos diversos en términos de ángulos y movimientos de cámara, valores de plano, velocidades de montaje, combinación entre música e imagen. Sus películas pueden definirse pensando en esa borrosa frontera del “estilo”: hay claramente en todas ellas una idea de cine que se mantiene, un cineasta desarrollando un método basado en filmar muchísimo y armar la película como un rompecabezas. El trabajo con el espacio es ilustrativo: la ausencia de planos de establecimiento, el vértigo intimista de los primeros planos y los diálogos – que nos muestran a un Tony Leung expresivo, sereno y seductor-, la multiplicidad de los puntos de vista. Lo que termina dándole intensidad a cada escena es la compresión, el orden meticuloso de las relaciones entre los encuadres y las velocidades, entonces cada pieza cobra la rarísima virtud de resultar al mismo tiempo efímera, liviana, y a la vez insustituible. Tal vez como los propios personajes secundarios de la película, que tienen cada uno su misterio y nunca son solo un mero telón de fondo para la historia del protagonista.
En El arte de la guerra las peleas están construidas por cortes vertiginosos de montaje, lo que hace que no resulten particularmente buenas porque no es posible apreciar casi nunca el cuerpo completo de los luchadores: no hay ese disfrute material de las coreografías que necesita de una comprensión concreta del espacio. Además, para despegar la película del realismo biográfico e histórico la gente es capaz de volar y flotar, saliéndose de las reglas de la física. Pero en este caso esa construcción no parece un mero recurso perezoso, porque toda la película sigue esa lógica y resulta coherente en su idea de puesta en escena. Los momentos de amor o de encuentro dramático entre los personajes están igual de fragmentados, y esa estética incluso da paso a una forma muy particular de humor visual, donde lo que está dentro y fuera de campo se convierte en un ejercicio lúdico para el espectador.
Es un universo que emula la memoria, el retazo: como si lo único que perviviera finalmente fueran esos retratos de conjunto de luchadores, de hombres anónimos que establecen el hilo invisible de una práctica tradicional definitiva para una cultura.
Como en todas sus películas, Wong Kar Wai se permite reflexionar sobre el tiempo, el espacio, la fugacidad del amor y el valor del destino desde la forma cinematográfica. Pero esta vez el saldo parece más positivo y esperanzador, como si el dolor intolerable de las vidas individuales cobrara sentido en el panorama conjunto del honor compartido. Y lo que vuelve a El arte de la guerra una película disfrutable a pesar de su solemnidad es que la conciencia de la imposibilidad para retratar el mundo desde un único punto de vista termina transformándose en un ejercicio de acercamiento donde cada plano es un golpe de arte marcial para el espectador: bello, fugaz, preciso, letal.
Ficha técnico-artística.
Actores:Ziyi Zhang, Tony Leung Chiu Wai, Hye-kyo Song,Cung Le
Chen Chang, Woo-ping Yuen)
Dirección: Wong Kar Wai
Guión: Wong Kar Wai, Haofeng Xu y Jingzhi Zou
Director de Fotografía: Philippe Le Sourd
Productora: Jacky Pang Yee Wah
Música Original: Nathaniel Méchaly y Shigeru Umebayashi
Edición: William Chang
Diseño de Producción: William Chang
Diseño de Arte: Tony Au, William Chang y Alfred Yau
País de origen: China
Año: 2013
Dur: 124 mins.
Formato Scope, Sonido Dolby 5.1
Distribuye: Impacto Cine