La escritura es registro, es memoria, es evocación del pasado, del presente y del futuro. La escritura ficcional es ambigüedad y eso, como mínimo, es un juego que nos llena de preguntas y de pasión. Pobre mariposa, novela de Mónica Soave, se constituye sobre esas dos afirmaciones y, además, se sirve de ellas y presenta su historia como una canción tan sentida que seduce hasta ser bailada.
Los capítulos de Pobre mariposa están compuestos por fragmentos de diarios personales, notas, recortes de prensa y las palabras de Celina, escritora de algunos de todos esos textos guardados en cuadernos en un maletín y las palabras de Lara, su amiga desde niñas, quien, a partir de su encargo, lee esos escritos y los de Teresa, madre de Celina, y los de Estela, su abuela. Una familia de muchas mujeres, todo un linaje de mujeres: Remedios, Estela, Teresa y, finalmente, Celina. Todas ellas conocieron el amor, intenso, crudo, colmado de ilusión en la cima y de silencios, rabias y lágrimas en la vacuidad de agujeros inaceptables por tan desgarradores “Se queda ahí, entre esas sábanas y la almohada mojada, empapada de lágrimas, junto a este destino atroz de mi madre que también me atrapa entre su llanto y el mío, señalando la soledad en la piel, como una marca”.
Lara las lee, sabe algunas historias contadas en voz alta, en primera persona por la amistad que la une a Celina, pero fundamentalmente las lee a las tres porque ellas, de alguna manera, registraron su historia, las marcas de cada una y de la otra “Letras en distintos fragmentos de la historia, pero, dentro del desorden, dentro del caos, distingo como un hilo conductor que, casi siempre, dibuja las mismas y eternas soledades e indecisiones”
Una no es una acá y ahora nada más. Una es una allá en el tiempo pasado y en el que vendrá también, claro. Celina se siente reclamada por esas mujeres que la engendraron en una cadena sucesiva de pasiones y esclavitudes. Ella, su madre, su abuela, encuentran un linaje femenino al menos determinante y un linaje masculino, esposos y padres o supuestos padres, rebeldes, amados, idolatrados y finalmente atrincherados en el desamor, la crueldad o la ausencia.
Lara, al leerlas, pasa del llamado profesional, al amistoso, a la urgencia por saber, al desánimo por saber, al perderse y sentir que vuelve a encontrarse a sí misma gracias a esas mujeres que no son su familia más que en la escritura que devora en días de invierno “Me olvido de mi vida, por ahora no me preocupa, y entonces añado parches inventados, puentes entre las letras de todas estas mujeres que Celina me ha dejado de regalo”.
Celebro las novelas que condensan su contenido y su forma en las primeras páginas, antes de que la historia narrada comience. Pobre mariposa, ya en sus dedicatorias, emerge con ese recurso: los nombres de las mujeres de la historia ficcional se encarnan como destinatarias reales de esas dedicatorias y, a la vez, justamente esas mujeres tal cual se cuentan a sí mismas en la historia, no son ellas allí. Es ahí donde entramos todas las mujeres de todas las familias, las reales, las ficcionales, como si formásemos una entera y longeva hermandad ante los mismos fantasmas del amor y el desamor, los hijos, la casa, el descubrimiento, la rebeldía, la opresión, el silencio o la posibilidad de decir en voz muy baja, en la escritura, quiénes somos, qué queremos, qué quisimos “¿Qué es lo que Celina quiere contar? ¿Qué cuota de ficción o de realidad desea rescatar y prolongar?”.
Pero es ahí también, junto a los epígrafes que encabezan esta novela, donde se exponen los procedimientos de la escritura ficcional para erigirse como tal y las posibilidades que nos otorga el lenguaje para dar lugar a los mundos, a las verdades; para hacerlo a través de aquello que los relatos pueden entregar a la realidad y pueden quitarle, casi mágicamente. Pobre mariposa, en especial en la voz de Lara, juega una y otra vez a imaginar historias de las historias contadas en los cuadernos llenos de polvo, como si les diese aliento, como si ella se adentrase y nos adentrase en sus páginas.
El final de esta novela busca lo que Lara parece encontrar entre tantas horas de lectura y reflexión e imaginación “Hoy te preocupan un tanto más sus respetivos hombres, tal vez tan desvalidos como ellas mismas. Desvalidos, desdibujados, deshechos”. Hubo un hombre, Emils, esposo de Estela, padre de Teresa, abuelo de Celina, que parecía haberlas abandonado y así profundizado el estigma del desconsuelo. Ese hombre había sido sujeto de unos relatos y puede, décadas más tarde, ser develado como sujeto de otros relatos, lejanos, de horror, sufrimiento y muerte. Se disuelve el estigma como tal “Miedo a conocer la verdad y que, por conocerla, esa verdad modificara hasta las culpas del pasado”. Quedarán otras marcas. Pero algo en todas esas mujeres o en Celina, la última quizás que arrastraría tanto dolor, se cierra. O se abre.
Pobre Mariposa, de Mónica Soave, Umbrales Ediciones, Buenos Aires, 2014.
178 p.; 21x14 cm, ISBN 978-987-28820-3-7. $150.