Entrevista a Iride Mockert, la actriz de los mil personajes (Teatro)


Ella está atravesando la tercera temporada del gigante unipersonal de Mariano Tenconi Blanco, La fiera; al mismo tiempo, se presenta -junto a Alejandra Flechner- en la cuarta edición de Teatro Bombón con Salón Skeffington (dirigida por Silvio Lang); y forma parte del elenco de Un gesto común, de Santiago Loza, con dirección de Maruja Bustamante. Pero la lista no termina ahí: también está en la pantalla de Telefé, donde se viste de Iaia, papel cómico que le dio visibilidad a gran escala.

Corriendo tras el 
veloz paso de Iride Mockert, Revista Lucarna tuvo el placer de charlar largo y tendido con esta versátil actriz y ejecutante de oboe. En la entrevista que sigue nos cuenta su experiencia en el campo de la actuación y su amor por la profesión que encara con tanto talento.
Revista Lucarna: Tu primera directora en el teatro la tuviste a los ocho años y fue Marcela Sabio, tu mamá. ¿Cómo fue esa experiencia?
Iride Mockert: Mi mamá era profesora en la primaria a la que iba. La obra de la que hablás fue Rojo como la sangre y se hizo en el enorme teatro del Centro cultural municipal de Santa Fe. Como mi mamá era amiga de todos los que trabajaban ahí (actores excelentes como Edgardo Dib o Raúl Kreig) me recomendó para hacer el papel de la nena de la infancia de la protagonista y quedé. 

Para mí era una fiesta ir al teatro, donde jugaba un rato en el escenario y después comía bombones en el camarín. Pensando en esto, creo que una de las cosas increíbles que me hizo acercarme a la actuación fue el juego. No hay otra: si no te divertís es imposible elegir hacer esto como vida, como profesión y laburo. 

RL: Para poder jugar es necesario tener un grupo detrás, ¿qué diferencias encontrás entre aquellos que se forman en el teatro y en la televisión?
IM: Cuando grabábamos las escenas de Viudas e hijos con Verónica Llinás solas las hacíamos de una, no se ensayaban, y nos dejaban improvisar. Llegaba un momento en el que empezabas a hacer cualquier cosa porque sabías que la cámara estaba grabando y la escena tenía que ir in crescendo. La tele tiene eso: los remates de escena, los chistes y esas cosas de la comedia no las podés perder de vista, por eso creo que no sentí tan diferente esa experiencia con la del teatro.

Sebastián Ortega y Pablo Culell armaron un elenco increíble. Porque es un riesgo armar un equipo, lo mismo pasa en el teatro: yo hice Meyerhold el año pasado con Silvio Lang, en la que éramos 16 actores: es una lotería, porque a veces se genera la química y a veces no. He estado en obras de 30 u once personas -no voy a dar los nombres- en las que hubo muchas peleas. Y en eso hay algo que no es al azar. 

Creo que Ortega y Culell tuvieron buen ojo… porque armaron un equipo en el que había buena onda; estábamos todos tirando para adelante, como Silvio Lang en Meyerhold. En ese espectáculo podrían haber surgido personas muy en la suya, muy en estrellas, y no. Eso después se ve en el producto, porque la gente que ve por ejemplo la tira percibe que nos estábamos divirtiendo al actuar, que estábamos trabajando en equipo; lo mismo con quienes vinieron a ver Meyerhold o Las lágrimas. Es algo que emociona y está buenísimo.



RL:
 
¿Cómo se generó el proyecto de La fiera?

IM: Le llevé la idea a Mariano de una mujer pantera en la selva misionera con una venganza de amor. Después, él fue el que armó todo el resto: Tucumán, la trata, etc. Yo le propuse los músicos porque ya había trabajado con ellos. Es un proyecto angelado con el que nos siguen pasando cosas y que nos sigue abriendo puertas. 
En esta profesión es fundamental no frustrarse si las cosas no salen y generar proyectos propios. La fiera lo fue y todo lo que pasó fue increíble.
Es un proyecto que armamos nosotros y eso es lo que le da una felicidad mayor a cada cosa que sucede, especialmente porque uno confió, produjo el teatro en que cree y la respuesta fue increíble. A veces puede fallar, pero creo que lo más importante es no esperar a que te llamen y hacer. La única manera es poner el cuerpo.

RL: En la obra de Tenconi Blanco tu personaje habla con acento, lo mismo sucedió con Iaia en la tira, ¿cómo lo trabajaste?
IM: Me gustan mucho las tonadas. No soy tan rigurosa, podría serlo más, lo reconozco. Con La fiera, lo que más pensamos fue en el tucumano, aunque el resultado no es tan tucumano. 

Lo que sucedió fue que, al ser un unipersonal, necesitábamos que el habla, el ritmo, la cadencia se modificaran según lo que pedía la puesta para que no decayera. En los unipersonales estás solo y entrar en la monotonía de un acento te agota, por eso de pronto empiezo a incorporar otras cosas.

En cuanto a Viudas e hijos, que Iaia tuviera acento fue una propuesta mía en el casting. Tenía que audicionar un miércoles y me mandaron la escena un martes, justamente por los tiempos de la tele, que son así. Lo único que me habían dicho era que se trataba del personaje de la mucama que se encamaba con Luis Machín, y la escena era con una piba en un café, en la que no podía trabajar la seducción, nada. Entonces, probé en mi casa hablar con acento como para jugar y hacerlo más pictórico -porque hablar desde mí era algo que ya se sabía que podía hacer-. Finalmente fui, hice el casting y funcionó, porque después me llamaron para el Call Back.



RL: Hablando de los tiempos de la televisión, ¿cómo era tu dinámica de trabajo al grabar?
IM: Si sos un bolo, las escenas te llegan el día anterior, a veces a la noche, y tenés que grabar a las ocho de la mañana. Cuando sos elenco no. En el canal nos esperaban los libros, te avisaban por mail y cuando ibas te los llevabas a tu casa. Ahí marcaba, armaba una cronología de lo que iba haciendo en cada capítulo en un cuaderno para después, cuando grababa, saber de dónde venía.

Cuando estás grabando todos los días te aprendés las escenas en un segundo. En Viudas, el texto se adaptaba a lo que estaba pasando con tu compañero. Y también sucedía que, a veces, te cambiaban las escenas en el mismo momento: las famosas hijuelas, que son publicidades o escenas agregadas, por ejemplo.  

RL: Trabajaste en cine, tele y teatro, ¿dónde elegirías quedarte?
IM: Mi prioridad es el teatro. Claro que el cine y la tele me encantan, me parecen otros registros de laburo, de experiencias. Por ejemplo, la tele así, con proyectos, equipos y elencos como el de Viudas, me hace feliz. Pero sé que no es así siempre. El teatro es otra cosa, hay algo del hecho en vivo con el espectador, ese vértigo de estar ahí y que pase lo que pase timoneás el barco. 

El cine, por su parte, es como jugar a los Ingalls: te armás familia lo que dure el rodaje y después “chau-chau, adiós”. Son procesos distintos. La tira también: te ves todos los días con tus compañeros por un año, es muy fuerte. 



RL: ¿Te sorprendió la repercusión que generó tu personaje en Viudas?
IM: Sí. La tele es masiva, nacional y popular. Luis [Machín] contaba, y eso que tiene más experiencia, que fue a un festival en San Juan y no podía caminar por la calle. A mí me pasó que fui a una fiesta gay y, como en la tira está la historia de amor de Juan Minujín y Juan Sorini (que es furor), la gente me reconoció y me habló de Segundo y Tony. Esas cosas son re locas. La tira acaparó un gran espectro de generaciones y gustos: hay para todo el mundo. Especialmente porque tiene humor y hay personajes que son muy pintorescos. 

Creo que el código que tiene Viudas permite que cierto tipo de espectador, por ahí más conservador o fachista, se permita reírse de determinados temas. Eso es porque hay algo de la actuación que le permite ver a ese espectador un juego y no juzgar. 

RL: Trabajaste y estás actualmente en una cantidad enorme de obras, ¿cómo elegís los proyectos en los que participás?
IM: En general, la prioridad es el texto, que resuene. Si no, hay algo que después se va a complicar porque poner el cuerpo es un compromiso y un desgaste importantes. Si la obra no te cierra es como defender una camiseta en la que no creés y se te vuelve un peso insoportable. Me ha pasado de tomar proyectos por el elenco y el director o directora, o por el teatro en sí, que después se volvieron insostenibles al hacer las funciones. En esos casos erré como persona, me traicioné por pensar en otros factores.
  
Cada proyecto en el que te embarcás es un riesgo. Pero ahora ya no me doy tanto con una fusta. Antes estaba más atenta al “fracaso”, pero pude dejar de preocuparme por las cosas más banales. Si veo que una obra tiene problemas o le falta, pero me gusta, lo tomo como un ejercicio teatral. Trato de ver qué es lo que tengo a favor para seguir creciendo como actriz. 

RL: ¿Cómo fue venirte a Buenos Aires al terminar el secundario?
IM: Yo quería hacerlo antes, pero mi mamá no me dejó. La idea era hacer el ingreso a la EMAD y al UNA y, si no entraba en ninguna, irme a estudiar a Rosario. Como quedé en las dos, elegí el UNA y me quedé. 

Tengo el recuerdo de cuando conocí Buenos Aires de adolescente, de entrar a Retiro a las 6.30 de la mañana con esa luz del amanecer y la de las calles que me volvieron loca. Quise vivir acá. Es algo que te pasa o no. Yo acá estoy feliz. Con los años uno se va cansando de ciertos mecanismos o de cosas que se van poniendo más pesadas, como el tráfico, que es algo agobiante que te quema un poco, pero yo sigo eligiendo vivir acá. Santa Fe igualmente está hermosa y cada vez tiene mayor producción teatral y de cine, lo cual me pone muy feliz. 

RL: Te mudaste a Buenos Aires a poco tiempo de que explotara la crisis de 2001…
IM: Sí, fue durísimo porque vengo de una familia de clase media baja y mis papás –separados- me daban cada uno una cuota para que yo viviera acá en una pensión. Cuando explota todo, mi papá deja de darme plata y mi mamá tampoco puede seguir haciéndolo. Yo no me quería volver, así que tuve que empezar a trabajar de cualquier cosa en ese verano infernal en el que vos agarrabas el clasificado de los diarios y no había ni un solo laburo. 

Repartí volantes de lo que se te ocurra, hasta de una pizzería en la que me pagaban un peso la hora, no me olvido más. Entré a un restorán frente al Abasto, que ya no existe, y era camarera, tocaba el oboe, cantaba tangos y hacía de RRPP. Llevábamos jubilados a comer ñoquis los domingos a cambio de que nos dieran de comer… fue durísimo, pero estoy feliz porque valió la pena quedarse.

RL: ¿Te costó insertarte en el circuito porteño?
IM: No. Soy muy laburante y creo que uno se tiene que formar como actor y estar en entrenamiento, pero que también tiene que subirse al escenario. La gente que hace la carrera y después empieza a trabajar no existe porque el teatro es un hecho vivo. Nadie te puede enseñar a resolver si un actor se desmaya en escena o a salir de un bache de texto, así como tampoco cómo reaccionar cuando un espectador se levanta y se va. Aprender todo eso te modifica,hay que estar ahí y pasarlo, vivirlo. 
Estaría bueno que más ‘público silvestre’ vaya al teatro. Porque a veces somos siempre los mismos yendo a las obras, exceptuando algunas que se promocionan mucho o en las que se da un fuerte boca en boca.
RL: ¿Cómo es ponerle el cuerpo a distintos personajes a la vez?
IM: La verdad es que en 2014 la limé un poco. No pensé que el personaje de la novela iba a desarrollarse tanto y a terminar grabando todos los días, y eso me destartaló los planes porque ya estaba comprometida en obras. Fue difícil, el cuerpo se cansa. Doy mi vida actuando y los proyectos en los que participo son muy intensos en general. A mí eso me gusta, hay personas que no funcionan actuando psicóticamente en varios proyectos, pero a mí sí y lo puedo manejar. 

Podés ver a Iride en:

La fiera: domingos a las 21:00 en el Extranjero Teatro.
Salón Skeffington, Teatro Bombón: domingos (quedan dos) a las 17:00 y 18:00 en La casona iluminada.
Un gesto común: lunes a 21:00 en el Abasto Social Club.