Haya, de María Laura Santos (Teatro)


Por Damián Lamanna Guiñazú.

“Todos tenemos un recuerdo
que hace apretar fuerte el puño contra un hueso
y pregunta ¿por qué?” (Melisa Papillo)

“Vine a Comala porque me dijeron que
acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo” (Juan Rulfo)

Una niña crecida sin padre –Haya- llega a un hotel del interior oculta detrás de su cámara de fotos. Recoge piezas, busca, no suelta su mochila, quizás tiene algo de miedo pero podría pasar la noche a solas. No detiene el camino porque allí está su propia historia. Detrás del mostrador de la conserjería, Santiago abre puertitas, explica fotografías y lee fragmentos de textos –epígrafes- heredados de un conserje anterior porque las voces más profundas vienen de lejos. También guarda el relato de esas experiencias tristes que circulan por los pueblos. La desgracia que cae sobre algunas familias, los mitos de las casas embrujadas, la historia trágica de las hermanas Caballo, huérfanas invisibles.

Haya, primera obra de la tandilense María Laura Santos, retoma ese páramo tan recurrente como indispensable: volver a casa para entender, reconstruirse y ser libre. Hacer de las ruinas un túnel hacia el pasado donde sobreviven los traumas, las cadenas. En ese trayecto, el mundo comienza a extrañarse y poblarse de absurdos: el encuentro de Haya con una pareja de hermanas (o hermanos, da lo mismo) animalizadas (Milton y Forestier) y sus tragedias en clave de realismo mágico; el conocimiento del campo para reconectarse con la intimidad de ese lenguaje más despojado que confunde pronombres y nombra tanteando. Para empezar de nuevo hay que aprender, llenar el cuerpo de historias, romper los esquemas lógicos y bailar.

Y allí, la catarsis. Haya y las hermanas Caballo metabolizan sus recuerdos a través de imágenes poéticas contundentes. Una matanza involuntaria, la cerca que sostiene al animal, el padre que se vuelve hierba. El peso significante abre el cuerpo, representa ese pasado extraviado, hace de la muerte y la violencia rasgos fundacionales del yo. Para ahuyentar fantasmas hay que poder contar la historia, tomar distancia y decirse aunque duela. Mientras tanto, siempre sobrevive un amor –a veces innecesario- que funciona como ese cable a tierra para “completar el sentido” y ofrecer redención.

La obra de Santos hace del lenguaje, la música (una hermosa canción de Juan Pablo Fernández) y las actuaciones su punto más fuerte. En cambio, algunos vaivenes en el registro pueden generar incertidumbre. ¿Hasta qué punto un encabalgamiento de planos oníricos puede convertir la inconexión -o lo que interpela desde lo puramente material- en perplejidad? Confesiones de amor, rescates, coreografías y disfraces. Como un pedazo de viento, allí entran insistentes las risas del público para secar la laguna. Lo absurdo comienza a percibirse como ridículo y la obra se corre del eje dramático. 

Volver a la infancia, a la casa peligrosa que siempre habita el barrio (donde vive gente encantadora que se muere en silencio), es aceptar las ganas de jugar y sobre todo de creer en ese juego. Entonces, en el suelo de la sala se despliegan ranas de juguete y los personajes hablan con esos walkitalkies que hicieron de los fines de los 80 y los 90 una trama de detectives. De paso Santiago lee un poema de amor que podría haber sido una carta en la mochila de la chica que le gustaba pero no: ésta es una historia de recuerdos tristes y fantasmas. Ante todo, hay que mantener el semblante serio para profundizar el drama personal. Luego esperar a que los personajes se vayan callados a su horizonte, entre la caída de las luces, los aplausos y la percusión de la lluvia que se filtra desde las veredas rojizas del Abasto.


Funciones: miércoles, 21 hs.
Teatro del Abasto
Humahuaca 3549
Localidades: $90 Estudiantes y jubilados: $60
Facebook: /Haya

Ficha Artístico-técnica:

Compañía Cabeza del buey
Actúan:
Haya: Paula Baldini.
Forestier: Lizzi Argüelles.
Milton: Mariel Fernández.
Santiago: Juan Manuel Castiglione.
Juan: Bruno Ulisse.
Amparo: Paula Staffolani.
Escenografía: Cecilia Zuvialde.
Iluminación: Mariano Arrigoni.
Vestuario: Lara Sol Gaudini.
Música original: Juan Pablo Fernández. 
Tema: “Haya caballo que baila”:
Intérpretes: Julia Perette y Juan Pablo Fernández.
Letra: María Laura Santos.
Arte, diseño y realización de cabezas de caballo: Valeria Dalmon.
Fotos: Victoria Schwindt.
Gráfica: Estudio Papier.
Prensa y comunicación: Débora Lachter Comunicación | Prensa
Asistencia de dirección: Julia Perette.
Dramaturgia y dirección: María Laura Santos.