Por Mirko Gómez.
Uno de las tantas cualidades que convierte a un proceso artesanal en una obra de arte propiamente dicha es su trascendencia. Aun siendo un reflejo temporo-espacial del ambiente en el que fue gestada, tiene la suficiente atemporalidad como para ilustrar a las generaciones que la procederán. Esto sumado a un reaccionar social, es lo que sucede en el arte con el fenómeno conocido como “obra de culto”. Teniendo en cuenta que el arte de mayor masificación es el cine, la denominación generalmente se aplica los films, pero en realidad podría ser aplicable a todas y a cualquier obra de arte de cualquier rama del arte.
La apoteosis de la obra de culto como suceso sociocultural es, sin duda, The Rocky Horror Picture Show 1975, de Jim Sharman, un film musical inglés en plan comedia, que se encarga tanto de parodiar a las películas serie B de ciencia ficción estadounidense de los ‘50s y al cine clásico de terror de la Universal, como de invocar al clásico literario de Mary W. Shelley, Frankenstein.
Con libreto y canciones compuestas por Richard O´Brien, el film fue concebido originalmente como pieza teatral. Con el nombre The Rocky Horror Show, se estrenó en 1973, en Londres, y se mantuvo en cartelera por siete años, logrando así un total de 2.960 presentaciones.
Si bien TRHS tiene como fundamento central alcanzar el libre gozo del placer sexual a través del desmantelamiento de los modelos y valores morales impuestos por la sociedad y la religión cristiana, el público -en su mayoría gay- hizo una lectura del film catártica. A fines de la década de 1980 en los cines de Nueva York, donde se proyectaba la película a media noche, muchos comenzaron a llegar a las funciones disfrazados como sus personajes y, al poco tiempo, ya conocían las canciones, las coreografías y recitaban los diálogos de memoria. Encontraron allí la libertad para ser quienes eran realmente sin ser juzgados ni excluidos por nadie.
Alrededor del mundo el fenómeno se extendió. Después de haber sido estrenada en Broadway y haber girado por nueva Zelanda y Río de Janeiro, la obra llegó a Buenos Aires en 1994. Las funciones eran en el teatro Del Globo, y la puesta en escena estaba a cargo de Richard Malcom y con Jean Pier Noher en el personaje principal. Veintiséis años después, TRHS vuelve a ser estrenada, esta vez en el teatro Maipo y dirigida por Andie Say.
Transitando ya su segunda temporada, con nuevo vestuario y escenografía, el espectáculo es todo un suceso. Say opta por una puesta en escena modesta. Sin ninguna intención de generar ambientes realistas, con una escenografía que fluye perfecta hacia la estética que la obra requiere, en la que autos de cartón y fondos pintados a mano remiten a los films de Roger Corman y Ed Wood.
Delimitada la arquitectura del espacio escénico, Say explota al máximo el fuerte de THRS: sus canciones. Con una banda tocando en vivo y la excelsa acústica del teatro, sumado a la performance del cuerpo de baile y a las interpretaciones de los actores, las canciones lucen brillantes y enérgicas, algo que convierte en una tarea imposible quedarse quieto en la butaca.
Sin duda, el personaje a destacar es el del Dr. Frank N.Furter, una suerte de Dr. Frankenstein andrógino, que viene del planeta Trasnsexual y tiene como plan usar su rayo transductor para convertir a la humanidad completa en seres sin género. Con la voz impostada y unas plataformas de varios centímetros, Roberto Peloni pone cuerpo a este excéntrico personaje. Con una presencia escénica imponente, éste llega al público en forma de arrebatadoras oleadas. Seductor, cómico y extraño es un personaje realmente entrañable.
Otro de los elementos que hace a The Rocky Horror Show algo especial, es la importancia de estimular a un espectador activo que interpele y dialogue directamente con el hecho teatral. La obra podría ser un musical más, en el que el espectador solo ocupe una butaca y ya, pero desde que las luces de la sala se apagan y los primeros acordes de la versión en español de Science Fiction Double Feature comienzan a sonar, se genera la simbiosis público-obra y el lugar se llena de algo especial. ¿Qué es? No lo sé, desde mi romanticismo con el asunto me gusta pensar que cada vez que alguien ve la obra (o la película) recibe toda la carga emocional de millones de personas que también han sido parte de esto en algún momento de la historia y lo han disfrutado de la misma manera en que lo he hecho yo.
El arte como emisor puede generar muchas emociones en sus receptores, pero involucrarlos de la manera en que lo hace The Rocky Horror Show es algo a destacar. Las inhibiciones se esfuman y el público baila y canta las canciones a gritos. Estamos frente a una enorme función de culto, una fiesta en la que, además, se celebra la diversidad y la importancia de permitirnos ser quien queramos ser.
The Rocky Horror Show tendrá su función despedida el próximo martes 4 de julio a las 21:15 en el Maipo (Esmeralda 443), con el regreso de Melania Lenoir como Magenta y con la presencia de Victorio D’ Alessandro como criminólogo invitado.
Ficha Técnica
Dirección General: Andie Say.
Dirección musical y vocal: Mariano Cantarini.
Coreografías: Alejandro Lavallen.
Adaptación libro y letras: Marcelo Kotliar.
Supervisor musical / Dirección vocal / Arreglos musicales: Lorenzo Guggenheim.
Diseño de vestuario / Dirección de arte: Javier Ponzio.
Escenografía: Ana Diaz Taibo.
Elenco
Roberto Peloni: Dr. Frank N. Furter.
Melania Lenoir – Magenta.
Federico Coates – Riff Raff.
Walter Bruno – Brad Majors.
Ssofia Rangone – Janet Weiss.
Igmacio Perez Cortez – Rocky.
Mica Ppierani Mendez – Columbia.
Maia Contreras – Dr. Scott / Eddy.
Ensamble
Luli Muiño (Dance Captain), Lucas Gentili, Facundo Magrane, Mariano Condoluci, Julia Tozzi, Mercedes Vivanco, Federico Fedele – Swing.
Músicos
Guitarra: Mariano Cantirini.
Bajo: Martin Lozano.
Batería: Jorge Giorno.
Teclado: Agustin Konsol.
Piano: Tomas Horenstein.