Por
Pamela Neme Scheij.
Una
pequeña ciudad de la llanura bonaerense. Un pueblo de campo. Un caldo de
cultivo para los prejuicios, los miedos, los mandatos, el castigo a las
inevitables transgresiones, las que salen a la luz, al menos. En la novela de
Beatriz Mosquera Nadie tiene por qué
saberlo el escenario de los hechos es ése, pero ésa también es la síntesis
de todos los móviles de la vida de los personajes: cómo llevar a cabo roles y
deberes familiares-sociales, cómo hacer el propio camino, a pesar de los dedos
indicadores-acusadores, cómo ser uno mismo cuando el entorno construye
desfachatadamente quién y cómo cada uno de los otros debe ser y actuar.
Hay
dos grupos aquí, uno que existe en el silencio y la complicidad y que, poco a
poco, a partir de las circunstancias y
los desafíos, va emergiendo y enfrentando al otro, un bronce frío y enorme. El
primer grupo: Elisa, protagonista y heroína, su mucama y nodriza de sus hijos,
Antonia, la tía de Elisa, Dalmacia, “solterona”, costurera, inminente
escritora, muerta a pocas páginas del inicio del libro, el padre Alberto,
sacerdote del lugar por décadas. El segundo grupo: la madre de Elisa y su
estirpe de fundadores del pueblo, las vecinas y familiares chismosas, narradas
como mujeres reprimidas-represoras domésticas, los hombres de tierras y poder,
entre ellos, Osvaldo, marido de Elisa, con quien tiene tres hijos.
Quizás
podría atinar un tercer grupo que se desprende del primero: los fantasmas.
Dalmacia muerta es el fantasma que reaparece para Elisa, para Antonia, para
Alberto, es la guía a quien ellos necesitan recurrir para sentirse acompañados
en esas calles señalizadas por la normalidad y el castigo a lo que cuestione
sus reglas. También los fantasmas interiores que, como Dalmacia, para estos
personajes, suponen la presentación del propio yo multiplicado tantas veces
como pudo haber sido clausurado, para ser finalmente la aceptación de quien,
por ejemplo Elisa, por ejemplo Alberto, descubren que no se habían animado a
ser.
El
personaje que funciona como chispa para que todo se incendie en Elisa, en
Osvaldo y en el pueblo es Thelma, expobladora que emigró a la ciudad y
volvió a resolver cuestiones de herencia. Y que, sin buscarlo, se enamoró de
Elisa, descubriendo juntas una nueva experiencia del cariño y de la sexualidad.
El triángulo: Osvaldo se vuelve loco por Thelma, viejo amor de juventud (antes
de abandonar sus sueños de tenista y conformarse con una vida de escritorio,
dinero y ceño fruncido), cuando ella le pide que resuelva sus asuntos contables
para regresar pronto a Buenos Aires.
Tensión sexual, relatos de la vida vivida
o deseada, el hombre sobrando entre ellas dos, el hombre aprovechando las
confusiones y los miedos de Thelma, de Elisa, él mismo descubriendo los
propios, encontrando qué quiere en esa adultez sin sentido. Elisa juzgada por
su madre y todo el pueblo, Elisa resistiendo refugiada con sus hijos en la casa
de Dalmacia y su fantasma.Thelma muda, raptada. El triángulo hecho de cuerdas
que se van aflojando.
Ocurren
varios procesos muy hermosos en esta novela. Nombro algunos:
- Los narradores alternan sus voces tan dinámica e intempestivamente que los lectores no podemos soltar la página; la fluidez de voces y pensamientos se contornea en el ritmo de los sucesos y de las reflexiones que hace o bien un narrador externo a las diversas historias, o bien la conciencia de tal o cual personaje.
- Abundan reflexiones que se necesitan marcar con lo que se tenga a mano (un lápiz, un trozo de servilleta, un señalador). Les dejo una de tantas: “Alguna vez habría que señalizar el mapa del territorio, a cielo abierto, que es cada mujer, piensa”[Elisa].
- En cuanto a las historias, el camino de descubrimiento interior y de los otros que lleva a cabo Elisa, como “oveja negra” de su familia, como refugiada emocional de su tía Dalmacia, como esposa despreciada e ignorada, como madre culposa y como mujer virgen de placer, de amor, merece una lectura particularmente comprensiva, desprejuiciada, neutra para encontrar como lector a esa protagonista en su búsqueda. Esta cita la comparto porque cifra de alguna manera lo que acabo de decir: “Se abraza al cuello de Elisa, apoya la cabeza sobre su hombro. Ella siente en la mejilla el cosquilleo del pelo de su hijo. Le basta para sentirse bien”.
En
Nadie tiene por qué saberlo los
protagonistas buscan, justamente, empezar a saber, casi renegando de tener que
hacerlo y, a la vez, con una urgencia por no salirse de esa tarea.
Detalle
Autora: Mosquera Beatriz.
Título: Nadie tiene por qué saberlo.
Editorial: Ediciones Deldragón, Buenos Aires, 2014.
ISBN: 978-987-1884-27-8.
Páginas: 249.
Páginas: 249.
Precio: 150 Pesos.