El cuidador, de Harold Pinter


Por Carmela Marrero Castro.

A veces la experiencia teatral nos deja desconcertados. No porque suceda algo extraordinario, ni por un giro inesperado de la trama, o por una escenografía multifuncional a la acción. Justamente, por todo lo contrario: al enfrentarnos a un drama que pareciera permanecer en la superficie, con diálogos que articulan conflictos más bien cotidianos, y que una vez terminada la obra nos hacen cuestionarnos por qué esa historia merece ser contada.

En ese punto todo lo que rodea al espectáculo empieza a jugar un rol fundamental. El nombre del dramaturgo –en este caso, nada más ni nada menos que Harold Pinter, ganador del Premio Nobel en 2005-,  el director, la sala, la trayectoria de los actores. Y todo lleva a pensar que esta vez, más que otras veces, tenemos que hilar fino y buscar en lo profundo, debajo de la superficie. Entonces, de a poco, el sentido emerge y se impone.


Los personajes: tres hombres, dos hermanos -Mick y Aston- y un viejo, Davis. El espacio: una habitación atiborrada de objetos innecesarios, chatarra que Aston –que vive en ese lugar- ha ido juntando y acumulando. La situación: Davis, un hombre sin empleo y sin dónde vivir, es llevado por Aston a su habitación para alojarse ahí por un tiempo, pero resulta que el verdadero dueño del lugar es Mick. 

Los parlamentos se entretejen en función de un espacio que adquiere protagonismo a medida que la obra avanza. El juego por el poder se instala, y por eso mismo, los diálogos no buscan el reconocimiento de la otredad, no son una posibilidad de conocerse y acercarse. Por el contrario, evidencian la circulación y la lucha por el poder en un espacio reducido y agobiante. 

Todo esto en medio de una puesta realista que cuida el detalle y construye un espacio posible, pero que, conforme la acción avanza, se va desfigurando y transformando los diálogos en conversaciones de sordos sin sentido. Así lo absurdo invade la escena y, finalmente, pareciera la categoría más adecuada para definir la obra. 


Entonces, algo pareciera bastante claro: ese pequeño cuadro que representa una escena posible de la vida, habitual y mínima, se articula entre el realismo y el absurdo, como muchas -tal vez la mayoría- de nuestras experiencias cotidianas, que se resisten a la lógica a pesar de todos nuestros esfuerzos por cargarlas de sentido. 

Estreno para público y prensa: sábado 18 de enero a las 22hs
Funciones: sábados a las 22hs y domingos a las 20hs.
El Camarín de las Musas: Mario Bravo 960
Reservas: 4862 0655
Entrada general: $100
Estudiantes y Jubilados: $70
+info:
www.elcamarindelasmusas.com


Ficha técnico-artístico:

Dramatugia: Harold Pinter
Elenco: José María López, Santiago Caamaño, Federico Tombetti
Diseño de iluminación: Félix "Chango" Monti
Diseño de escenografía: Marcelo Salvioli
Diseño de vestuario: Agustín Alezzo y Andrea Lambertini
Asistencia de dirección: Germán Gayol 
Prensa: Simkin y Franco
Diseño gráfico y fotográfico: Ramiro Gómez
Traducción de textos: Federico Tombetti 
Dirección: Agustín Alezzo