César González: Un artista villero apostando a los encuentros



Por Lara Purita.

“Hay como una idea en el aire, que nadie se anima a decir y es que nadie cree que un villero pueda ser creativo. Porque es ignorante, inculto y salvaje, el arte es propiedad de la clase media y de ahi para arriba, nunca para abajo” escribió desde su perfil de Facebook César González, un joven artista que irrumpió en el campo literario para señalar un vacío y decir 'acá estoy yo, soy un poeta villero'.

Con tan sólo 24 años, César González lleva ya dos libros publicados -La venganza del cordero atado(2010)y Crónica de una libertad condicional (2011)-, fundó la revista Todo Piola, hizo tres cortometrajes -El cuento de la mala pipa, Mundo aparte y Condicional- y un largometraje estrenado en julio de 2013 que ya alcanzó un amplio reconocimiento: Diagnóstico Esperanza

Como si fuera poco, conduce Corte Rancho, un programa que se transmite por el Canal Encuentro desde diciembre de 2013. Además, acompaña las expresiones artísticas de los lugares marginados e incentiva a sus vecinos a participar de sus proyectos. Las palabras no llenarán el estómago, pero abren futuros, devuelven las esperanzas de un mundo compartido.

Nacido en la Villa Carlos Gardel, creció rodeado de armas, drogas y recibió una 'educación para el delito' que lo convertiría rápidamente en un pibe chorro que, como tantos de sus amigos, soñaba con morir robando. Sin embargo, en la cárcel conoció a un maestro que le cambió la vida, Patricio Montesano. Él lo introdujo en el mundo de los libros, la filosofía, la historia y la política, y le reveló las condiciones de posibilidad de la miseria en la que había crecido. 

Hoy en día, este artista reconoce en la villa su lugar de pertenencia y aporta a la literatura una perspectiva autorizada desde el lugar de enunciación: lo que cuenta en sus poesías y sus películas es algo que vive todos los días, de lo que incluso él fue protagonista. Al mismo tiempo, constituye un arte comprometido que se hace cargo de lo suyo y se niega a caer en las victimizaciones que sólo apelan a la lástima mientras sostienen la lógica de clases. 

González se propone mostrar la realidad de una manera cruda: “En este barrio, desde chico, está el ‘deber ser chorro’, donde uno va soñando el blindado, el banco, el prestigio de ser el que se agarra a tiros con la policía.”, explicó para luego agregar que “también está la hipocresía de la clase media que va a un cacerolazo y en el día a día hace poco por cambiar la realidad, sin aportar nada para que la sociedad esté más equilibrada”. 

César González se encarga de exigir un público a prueba de balas, con la convicción de que lo que se necesita no es caridad sino compromiso real y valor para ver la injusticia sin máscaras ni efectos visuales. Así se convirtió en el vocero de los excluídos, que legitima con su vida lo que escribe y opone al perfil simplista del villero que ofrece el discurso cotidiano otro más completo y, a la vez, complejo y contradictorio: lo exhibe como resultado de las injusticias sociales, del abandono, de un sistema judicial corrupto, de los medios de comunicación que los deshumanizan por una cuestión de mercado, las fuerzas estatales que los utilizan para vender drogas, para robar e, incluso, para matarse entre ellos. 

Todos estos temas atraviesan su obra completa, en la que intenta recuperar las situaciones que llevan al delito, la bronca, la frustración, la violencia, la desconfianza y la pregunta “¿por qué sólo los chetos pueden vivir como bacanes?”. Tampoco se olvida de la cárcel, a la que las pesadillas y su escritura siempre vuelven, en donde todavía están muchos de sus amigos y donde otros fueron asesinados por un sistema que dice protegerlos. Pero también retoma de la villa la amistad, los códigos, la solidaridad, los niños jugando a la pelota, la memoria de los caídos y el deseo de salir adelante sin más muertos ni castigos. Y a esto apuesta, a construir otra versión de la historia, menos injusta con los pobres, para generar conciencia y empezar a actuar. 

El estilo de su poesía mantiene el ritmo incisivo del hip-hop, mientras conjuga la jerga informal del barrio con un vocabulario técnico que denota lecturas previas sobre política, historia, sociología y filosofía. Todo lo que hace es, en definitiva, una propuesta de encuentros. 

Por medio de las redes sociales se encargó de difundir su obra y se acercó a un público que cada vez es más amplio, que le expresa constantemente su apoyo, lo interpela y comparte con él la experiencia artística.

Con muy pocos años de edad, este artista villero sacude el ámbito literario, sorprende y abre una posibilidad de acción ligada al sentido de pertenencia, a la reconstrucción de los lazos perdidos, a la conformación de una comunidad que de batalla con su propia voz, que tome la palabra, que cuente y que haga hablar, pero, ahora sí, sin caretas.