Por Pamela Neme Scheij.
Tomo entre mis manos el poemario de Martín Moureu Sin tácticas (II) y voy hacia sus epígrafes. Hay tres. La intelectualidad y la escritura se caracterizan por oposición a la acción, a la obediencia, a la certidumbre en el hacer. El autor de uno de esos epígrafes es Aldo Rico. ¿Qué cifra ese epígrafe, qué anticipa acerca de los poemas que lo suceden? Confieso que esa elección de citar a Aldo Rico me turba, me incita a dar vuelta la página e iniciar inmediatamente mi lectura-búsqueda. Pero hay un planteo que creo entrever justo antes de avanzar y que sí, efectivamente compruebo luego: los poemas se harán letra de la duda, esa duda que “es una jactancia de los intelectuales”, según el exmilitar citado.
En uno de los poemas, los versos interrogan: “¿Cuándo nos daremos cuenta de/ que al final nos definimos por/ las preguntas que nos hacemos?” Eso, la duda, el no saber y poner el esfuerzo en la palabra para avanzar sobre ella. Otra pregunta: “¿Y qué será este afán de elaborar/ un lenguaje propio sino aceptar/ riesgos de incomprensión?” Somos cuanto indagamos en nuestras incertidumbres. Somos lo que tratamos de configurar con las palabras, a riesgo de no ser entendidos por los otros, por nosotros mismos. La jactancia del buscador, Aldo, del que se empapa en la marea de la pregunta y sólo descansa en un pisito de realidades concretas, de creencias materializadas en el mínimo ritual doméstico. Una hermosa cifra de ello está en “…la virgencita que muda de color/ según el clima”.
Reaparece la duda en este libro, creo que lo constituye en gran medida. Más preguntas: “…si/ buscarle sentido/ a la vida acaso/ más no sea que/ un exceso de/literatura”. En todas sus páginas encuentro esta búsqueda, su reafirmación, la red de la escritura como caza de realidades, y, a la vez, la intuición de que es un exceso, una voluntad que no alcanza. Que quizás permita, sí, que “….lo innombrable/ se filtre, lo no otro, lo mismo”, al menos ello se vislumbra como deseo, como en los versos repetidos “quiero ver más allá de lo evidente”.
En estos poemas, se me ocurre ver la realidad como una montañita de polvo que crece ante cierto hastío y cierta resignación. La casa, la soledad, la política. La disyuntiva imperiosa y densa entre el hacer y el no hacer. De nuevo, los epígrafes. Pero más que ellos, la vida en sus horas adentro, con miedo a pifiarla, también afuera. Los márgenes de la propia historia personal, social. La represión, las farsas de los noventas, el derroche de miserias.
El último poema del libro lleva su nombre: Sin tácticas (II). Ya no se quiere perder tiempo, se dice. El tironeo en la mente, en la palabra, en el andar entre la vida y el necesitar nombrarla. “…en sangre cuerpo barrio patria cosmos/ la fórmula resuelta de este libro”. Hay una trampa. No hay nada resuelto aquí; pero si se acabó el libro, tampoco ya hay palabras para, en su materia, continuar debatiéndose por las verdades, los límites. Sin embargo, lo dicho, dicho está; quizás eso mismo despeje parte de la duda.
No cierren el libro aún. Hay un epílogo. Pero, antes, también, una exhortación en cadena, como una oración a reproducir para aliviar el mal de la propiedad privada.