El ocaso de un estafador. Versión libre de Juan Gabriel Borkman (Teatro)



Por Celina Ballón.

“El día que escarmiente, habré dejado de ser español, cosa que es imposible, habré renunciado a mis convicciones, cosa que es imposible, o habré muerto”. 

La frase de arriba es de Mario Conde, gran estafador español de fines del s. XX. Juan Gabriel Borkman, su par noruego del s. XIX, es igualmente recalcitrante. Ambos han sido figuras públicas de primera línea, han estado en la cárcel y han salido de ella con la certidumbre de haber hecho lo correcto. 

En el caso de Borkman, el precio es elevado: una vez en libertad, la soledad de su cuarto le sirve de segunda cárcel. Su mujer sólo anhela su pronta muerte -mientras espera que su hija limpie el apellido familiar-, su cuñada le reprocha que la haya abandonado para escalar posiciones y su única hija vive como si él no hubiera existido jamás. Sólo lo visita un antiguo empleado de vida miserable y sometimiento a toda prueba. Aun así, Borkman sigue soñando con rehabilitarse mediante la explotación del hierro. Los nazis tienen los mismos planes y el sueño no podrá ser: morirá en el primer bombardeo de la Luftwaffe. 

Esta es, en resumidas líneas, la versión de Moreira y Velázquez. Hay algunas licencias que nos parece importante señalar. En la obra de Ibsen, Borkman muere en brazos de su antiguo amor, mientras sueña con su reino. Su único descendiente es un varón que no tiene ninguna intención de trabajar. Estamos ante un claro drama edípico: la esposa y la cuñada del banquero se han disputado toda la vida el amor del joven, que ni bien llega a la adultez decide escapar del hogar en compañía de una divorciada mayor que él y dispuesta a mantenerlo (y de una muchacha de quince años para completar el triángulo erótico). No hay aquí ninguna redención posible: el nombre de Borkman colapsa bajo todas las formas de la decadencia.

Velázquez y Moreira son menos derrotistas: Ana Borkman se une a la resistencia porque encarna los valores de la dignidad enlodados por gente como su padre, cumpliendo así –de manera oblicua– el mandato materno. 

El ocaso de un estafador es una obra en la que lo primero que se advierte es la armonía del conjunto, en el que destacan las labores actorales de Moreira y De Santis, con una muy buena química en el escenario. 

Fuera de las licencias que mencionamos, la versión no ofrece más sorpresas (quizás, la más acertada sea la inclusión de la escena en la que Borkman y su esposa vuelven de una fiesta –todavía en tiempos de esplendor– y fantasean con suicidarse juntos, mientras se ríen gracias al champagne).  


Velázquez –preocupado por exponer las miserias de la conciencia cínica que a su juicio caracteriza a todos los personajes- lleva a escena un Ibsen correcto, que puede verse con interés.


Dónde: El Cultural San Martín (Sarmiento 1551).
Cuándo: Martes y miércoles. 20.30 hs (hasta el 31 de julio).
Cuánto: $220. Estudiantes y jubilados con acreditación, $160.

Ficha técnico artística
Autoría: Henrik Ibsen.
Versión: Edgardo Moreira, Marcelo Velázquez.
Intérpretes: Alejo De Santis, Denise Gomez Rivero, Edgardo Moreira, Silvia Perez, Mónica Salvador.
Vestuario: Paula Molina.
Iluminación: Alejandro Le Roux.
Diseño De Sonido: Alejandra D’agostino, Sebastián Pascual.
Diseño Audiovisual: Alejandra D’agostino, Sebastián Pascual.
Fotografía: Manuela Gonzalez Mendiondo, Alejandra Villers.
Diseño gráfico: Nahuel Lamoglia.
Prensa: We Prensa & Comunicación.
Producción ejecutiva:  Lucía Asurey, Paula Uccelli.
Producción: Juan Iacoponi.
Dirección: Marcelo Velázquez.