Por Ariana Perez Artaso.
Se cuenta desde la página
de Timbre 4 que El Bululú era un unipersonal interpretado por el actor español
José María Vilches que se convirtió en un éxito en los '70. “Una grabación de
ese espectáculo (…) llegó a Osqui Guzmán cuando empezaba a estudiar teatro. A
25 años de la trágica muerte de Vilches [los autores] presentan esta versión
renovada del recordado y querido Bululú, recreándolo en la mezcla de las
culturas española, la patria de Vilches, argentina, la patria de Osqui, y
boliviana, la patria de sus padres”.
Revista Lucarna se reunió
con Guzmán para que nos cuente sobre las 10 temporadas que ya lleva el
espectáculo, cómo sus raíces se mezclan en él y algunos aspectos de la forma en
la que se hace dramaturgia en Argentina hoy.
Revista Lucarna: En la obra hay una fuerte presencia de
la cultura boliviana, ¿cómo fue el proceso de su inclusión en el relato y
puesta?
Osqui Guzmán: Hay
diferentes puntos de vista donde lo boliviano aparece. Por un lado, está
presente todo lo que mis padres tenían como mandatos y que me transmitieron. Mis padres querían que fuera una
persona respetada, respetable, que me pudiera valer por mí mismo, por eso tenía
que tener un estudio, un título. Y lo hice, pero sin seguir sus reglas.
En mi familia, los padres llevan el mandato, especialmente la madre. La boliviana es una sociedad de matriarcado. La
mujer hace y deshace, es la que le dice al hombre 'sé valiente'. Pero
en mi caso esto no fue así. No por rebeldía, sino por descubrimiento, al
anotarme –por accidente- en el conservatorio de arte dramático. Mi viejo dejó
de hablarme por eso, obligándome, de alguna manera, a ser responsable de mi
decisión. Y me metí a fondo con el teatro. Empecé a actuar enseguida y conocí
el material de José María Vilches.
Un bululú era un comediante que andaba, solo, por los pueblos representando a los personajes de una comedia, entremeses, poemas y canciones.
Una vez me encontré con un
grupo de bolivianos que me preguntó 'cómo hiciste para insertarte en el
medio' y mi respuesta fue esa: saliéndome de los mandatos, manteniendo la
cultura. Porque el 'ser boliviano' no se va a perder nunca, está en la forma de
ser. Para el andino, ser es todo. Yo lo descubrí con el teatro, cuando éste empezó
a ensañarme a mirar mis costumbres. Por el teatro amé mis raíces.
Hay un verso de Tao
Tse King que dice 'continuar es avanzar, avanzar es regresar'.
Lo boliviano está en eso. En el principio hago un lazo
concreto con mi familia que se deshace a lo largo del espectáculo y vuelve a
enlazarse en el final. En ese recorrido hay algo de circular que tiene
que ver con lo andino también. El andino va y viene entre la tierra y él. Es un
círculo que construye toda su vida.
Leticia Gonzales de Lelis,
productora y mi mujer, cuando empezamos a trabajar sobre el espectáculo me
decía 'acordate que vos recitabas estos poemas mientras cosías a máquina con tu
mamá; acordate de lo boliviano, de lo que te decía tu viejo", y así fui
enlazando. Su distancia me ayudó a encontrar mi relación con mis padres
para construirlas con un sentido dramático. Sin su aporte, no hubiera
podido ver que eso era algo realmente valioso.
Otra cosa en El bululú
que es inevitable para mí es el sentido del trabajador. Mi mamá de chico
me decía 'te ganarás la plata con el sudor de tu frente' y cuando vio la obra, lo primero que le gustó fue que yo transpiraba y la gente aplaudía de pie. Decía 'no le debés nada a nadie, con tu sudor te ganás el pan'.
Eso es maravilloso para alguien que se acerca al teatro por su hijo. Mi familia
nunca había ido al teatro y no lo hace si no es para ir a verme. Es extraña la
relación que tuvimos que crear, esa mixtura que arrancó desde el pensamiento.
OG: El traje que tengo al principio y final es de Lucifer, de la diablada del carnaval. Lo compré en La Paz, pero creo que es de Oruro. El diablo tenía que estar. Mi viejo me contaba que de chico terminaba la escuela y se iba a los carnavales a coser trajes de la diablada con hilos de oro y que, además, peleó con el diablo cuerpo a cuerpo.
Y mi mamá cuenta que, estando en la iglesia con mis tías, se le apareció una señora golpeando con un látigo la pared. Llamaron a una monjita y ésta rezó, la mujer se arrodilló, le salieron unos cuernos y desapareció. Mi vieja jugaba con los duendes. Mi tío volvía de noche silbando para ahuyentar a los fantasmas. Una noche se olvidó de hacerlo y algo se le subió arriba. Pensó que era el perro, pero no. Cuando escuchó un ruido en el patio y miró, vio un fantasma. Al día siguiente fue a llamar a su sobrinito y se enteró que se había muerto. Historias así podés escuchar una atrás de la otra en mi familia y algo de todo eso nutre también a El bululú.
De ahí el título 'Antología endiablada': la obra está cruzada por el diablo. Y es inevitable. Hay momentos que va todo a una velocidad tal que si no fuera el diablo el que me cuida, no sé cómo lo haría.
Al diablo en Bolivia se lo adora, se le pide que te cuide, que te haga trabajar, que no te moleste, que te ayude a encontrar estaño, plata. Por eso, empezar con el diablo para mí era importante. No tiene que ver con creer, sino con hacer. Se trata de un momento único. El teatro vive del momento. No es necesario creer, pero sí tener que creer.
RL: ¿Por qué no hay tanto
actor/autor boliviano en la escena porteña?
OG: El boliviano
tiene mucha tradición musical. Todos tocan algún instrumento,
bailan o cantan sin vergüenza. Pero la tradición de ir al
teatro no está tan arraigada.
Bolivia tiene el mismo mal que el resto de Latinoamérica (menos nosotros, que vivimos en una burbuja
de ficción): el teatro no se sostiene durante el año,
nadie vive de él como acá. Eso nos genera una relación con el
oficio de ser actor. Es algo que se arrastra.
Nosotros tenemos 10 mandamientos;
el andino tiene tres: no robes, no mates, no seas flojo. Los bolivianos son
duros, resisten. No tienen miedo ni sienten vergüenza de hacer el trabajo duro.
Para mí es la América profunda, esa que encontraron los colonizadores y que el
progreso no corrompió. Ellos son la tierra, el mundo, las montañas, el cielo y sus
frutas.
RL: ¿Cuál es la razón por la que la dramaturgia local presenta escasos personajes bolivianos?
OG: Lo desconozco. Sí creo que hay un problema con la dramaturgia en su evolución. Los escritores de teatro están buscando en ellos qué contar. El oficio del dramaturgo que
miraba, escuchaba y veía se pierde cada vez más. Muchos se
construyen haciendo sus obras con los actores. Y si no hay un boliviano en el
elenco, no va a haber nunca un personaje de esa nacionalidad; nadie va a escribirlo.
El dramaturgo de antes
miraba su época y -como el fotógrafo o el pintor-, la retrataba. Eso se perdió,
no existe ese oficio, salvo en contados casos como Perinelli o Kartún.
RL: ¿Qué creés que impulsó esta situación?
OG: Hubo un
cambio en la manera de producir dramaturgia. Cuando nació la dramaturgia del actor, el escritor dijo 'soné, cómo hago para amoldarme a esto, para continuar, para
que mi oficio crezca, estar en el círculo de la fiesta y no ser un bicho
raro que hace obras que parecen de 1920'.
Hoy, el dramaturgo escribe sobre sus
ideas o sobre las ideas de lo que ve en el ensayo, es complicada la relación. Y
si los bolivianos no se meten en el medio, este tipo de producción no los va a
incluir nunca.
RL: ¿Cómo se transformó la obra en estas 10
temporadas?
OG: Mi relación con ella lo hizo. Estrenarla fue un deseo hecho realidad. Cuando aprendí El bulú, no me lo olvidé nunca más, y mi sensación era la de tener un tesoro guardado en la cabeza. Después escribí las partes de mi vida y lo devolví al camino, sintiendo que había cumplido.
OG: Mi relación con ella lo hizo. Estrenarla fue un deseo hecho realidad. Cuando aprendí El bulú, no me lo olvidé nunca más, y mi sensación era la de tener un tesoro guardado en la cabeza. Después escribí las partes de mi vida y lo devolví al camino, sintiendo que había cumplido.
Hoy por hoy, soy diferente
al que estrenó El Bululú y lo siento en cada uno de los textos, especialmente
cuando digo a Lorca. Sus palabras me resuenen diferente, lo que respiro me hace
cosas distintas en el cuerpo y siento que por eso el espectador arma una
relación nueva.
Algo que nunca solté en la
obra es ver a mi viejo al final. Lo veo. Tengo grabado el trajecito gris
cachuso que tenía guardado y que se puso cuando me vino a ver al conservatorio.
¡Cómo sonreía y aplaudía! Eso no se va. Hay días que
siento resistencia de dejarme llevar y creo que no lo hago bien. Cuando
me dejo llevar me doy cuenta de que no soy yo el que está hablando, es él y me
ayuda a mirarlo así. Me hace alejarme de mí también.
RL: ¿Cómo te sentís haciendo un unipersonal?
OG: Siempre miré
de reojo al formato: el actor sale a hacer todo lo que sabe, se luce. Me
parece raro. Además, es solitario. Pero en El Bululú hay mucho de las personas que trabajaron en él, como Pablo Rotemberg, Gabriela Fernández, Mauricio Dayub. Salgo en
representación del equipo al escenario, por eso puedo sostener toda su dinámica.
OG: Técnicamente
me exige y popularmente me eleva. Esas dos cosas son el hallazgo de El Bululú.
Lo mejor de la poesía y la dramática hispana puesta al servicio de un sentido
popular. Porque, ante todo, El Bululú es popular y demuestra, como ya lo decía
Vilches, que lo popular no tiene por qué ser chabacano. El techo es el del
artista.
RL: ¿Cómo fue la experiencia de llevar la obra a Bolivia?
OG: Me quieren
hacer llorar. Mi mamá vino a los 15 años y
no volvió más a Bolivia. El primero que lo hizo de mi familia nuclear fui yo
con El Bululú. Por eso, era mucha la carga. Hice la función y algo colapsó en
la gente. Había familiares de mi mamá. Llevaron a sus hijos. Fue muy
emocionante. Lo hice en el Teatro Municipal de La Paz para el Festival
Internacional del Teatro de La Paz, lleno, todo el mundo
llorando, aplaudiendo. Fue muy fuerte el amor de la gente. No estaba solo ese día, estaba
con toda mi familia arriba del escenario.
Dónde: Timbre 4,
México 3554.
Cuándo: Viernes a las 21:00 y a las 22:30 hasta el 25 de noviembre.
Cuánto: 200p.
Cuándo: Viernes a las 21:00 y a las 22:30 hasta el 25 de noviembre.
Cuánto: 200p.
Ficha técnico-artística
Autoría: Leticia Gonzalez De Lellis y Osqui Guzmán.
Adaptación: Osqui Guzmán.
Actúan: Osqui Guzmán.
Escenografía: Graciela Galán.
Diseño de vestuario: Gabriela A. Fernández.
Diseño de luces: Graciela Galán.
Música: Javier López Del Carril.
Entrenamiento musical: Javier López Del Carril.
Asistencia de escenografía: Mariela Solari.
Asistencia de dirección: Leticia Gonzalez De Lellis.
Coreografía: Pablo Rotemberg.
Autoría: Leticia Gonzalez De Lellis y Osqui Guzmán.
Adaptación: Osqui Guzmán.
Actúan: Osqui Guzmán.
Escenografía: Graciela Galán.
Diseño de vestuario: Gabriela A. Fernández.
Diseño de luces: Graciela Galán.
Música: Javier López Del Carril.
Entrenamiento musical: Javier López Del Carril.
Asistencia de escenografía: Mariela Solari.
Asistencia de dirección: Leticia Gonzalez De Lellis.
Coreografía: Pablo Rotemberg.