Instinto domiciliario, de Juan Pablo Gómez (Literatura)



Por Pamela Neme Scheij.

¿Qué implica el instinto en un humano? ¿De qué lo previene? ¿Hacia dónde lo empuja? La novela de Juan Pablo Gómez, Instinto domiciliario, desprecia cualquier respuesta absoluta que pudiese haber dado a esas preguntas antes de su lectura. Lo mismo ocurriría si, previamente a encontrarme con este texto, me hubiese cuestionado qué supone, en la constitución de un sujeto, crecer en una casa, que ese domicilio sea permanente, que se encuentre habitado, que exista allí la compañía. ¿Qué posibilita o impide que un domicilio se convierta en hogar?

Hernán protagoniza y narra esta historia, su historia. Le habla constantemente a Paula, quien fue su novia antes de morir. Quien él aún considera su amor; mejor dicho, quien él considera más que nunca su amor, una vez ella muerta. 

Paula no es más que un cuerpo muy presente en el relato, pero su recuerdo y sus obsesiones son los impulsos y los frenos de Hernán, sus revanchas, sus dudas, sus protestas, sus reivindicaciones. Todos movimientos apenas externos. Todos mecanismos de su domicilio mental y aperturas o clausuras de un departamento prestado-heredado que supo albergarlos, que los mantiene cerca.

Elena es la tía de Hernán, que regresa a su propiedad, desde un geriátrico, con un compañero, Federico, que la asiste en su inmovilidad física. Para Hernán no son más que una invasión: entorpecen su espacio, quieren dirigir su rutina, activan sus recuerdos de la niñez, el cinismo con que su tía lo crió (actitud de la cual ella misma reniega en ese sobrino-hijo adulto que únicamente ansía su herencia material y su recobrada soledad).

La trama entre los personajes vivos se debate en la voz del narrador minuciosamente, chocando contra paredes sofocadas de racionalidad, de paranoia, de una memoria apuntalada por la desprotección en un vértice y por el fastidio contenido en otro. Y sofocadas también por la silenciosa construcción de un futuro personal anclado en el deseo de encierro.  Salir a la calle se torna cada vez menos necesario y más emocionante es quedarse allí adentro, cuidando “lo suyo”. Así Hernán reconstruye su nido de contención (esta expresión última puede resultar confusa aquí, pero cobrará sentido con la lectura de la novela). 

La narración de Instinto domiciliario nos hace escuchar la respiración de Hernán. Así de concentrado es su trabajo. Nos hace entender, en el sentido más empático de la palabra, los fantasmas del protagonista, su urgencia de amor autoconstruido, que no pueda ser cuestionado, ni quitado. La edificación de lo que él encuentra como verdad para que su vida cobre sentido amoroso, perpetuo, sin lidiar con acuerdos ni problemas domésticos.

Uno de los contrapuntos más llamativos que hace este texto, según mi percepción, es el de la mugre versus la pulcritud; los desechos visibles, aceptados, hasta enarbolados como parte del ser oponiéndose a la obsesión por la vida impoluta. Y en función de este contrapunto, como ejemplo de otros, resurgen las preguntas hechas al comienzo de la reseña, tanto como ocurre página tras página cuando leemos esta novela. 




Juan Pablo Gómez, Instinto Domiciliario. Santiago Arcos Editor, Buenos Aires, 2015. Páginas: 171.