Descalza, de Lucila Cornejo (Literatura)

Por Pamela Neme Scheij.


Descalza, primera novela de Lucila Cornejo, es narrada por una voz que cruza a Victoria, su protagonista, y a su mundo, por todos los planos posibles. Es una voz que se llena de ella y a su vez, la completa en sus tránsitos. Esa voz narradora es femenina, al menos en mi intuición; creo que no podría no serlo y contar esta historia, por los detalles, sin duda, pero sobre todo por las búsquedas y los descubrimientos que ejecuta Victoria en lo minúsculo y monstruoso de cada día de su vida. Sólo una garganta de mujer podría derramar tantas palabras exactas al describir, al dar cuenta de los hechos. Y detrás de ellas, de Victoria y de la narradora omnisciente, mujer, incisiva, personal y hermanadora del género en un lugar social e íntimo hasta las células,  la autora, sosteniendo como mujer también este mundo que se nos ofrece a partir de un pasto bien verde y unos pies, sí, de mujer, descalzados, relajados, maquillados con naturalidad.

Victoria, como les dije, es la protagonista de esta novela, mujer casada con Martín hace más de una década, con dos hijos pequeños,  parte de una clase socioeconómica urbana y acomodada, que se ocupa de organizar la vida de ellos tres, siempre primero. Tiene mucama, jardinero y varios rubros domésticos resueltos con empleados. Ella lleva y trae, prepara, organiza, desarma, lleva y trae, aguanta. Algo en esta mujer de treinta y pico, que abandonó su vida profesional para dedicarse a su familia, huele a incipiente libertad por las preguntas que le asoman y a una profundidad emocional tapadísima de capas, como una gran tortuga añeja, que calla y espera “Y mientras se convence de que aún está a tiempo de cambiar, se pasa las manos por la nuca, acostumbrada a que la vida le endurezca el cuello…”.

Un viejo amor, de vuelta a su vida, por casualidad o por la trama esencial que nos une cuando más lo estamos necesitando, abre los ojos de Victoria, la descalza “La vida no puede ser tan desgastante – le había dicho Santiago al despedirse-. Si no la estamos pasando bien, es que estamos haciendo algo mal-"... y la impulsa a apreciar la desnudez de esos pies tan atrapados en las estructuras familiares, en las certezas cotidianas que otorgan aquellos mandatos que nos dejan quietitos, con todos los músculos anudados en la irreflexión, en la cautividad “Veinticuatro horas antes comenzó a prepararse para el nuevo encuentro, pero es mucho para asumir y traer al lado blanco de la mente. Mejor dejarlo en la sombra”.

Un masaje de Santiago, ese viejo amor, devenido yogui, en el nodo de la tensión física y mental, es el viento que sacude el polvo acumulado “Él, o lo que él representa, es una parte de sí misma. Es su esencia, su yo más íntimo y privado. Y haber descubierto eso fue, simplemente, liberador”. Sentirse bien puede ser más fácil, sentirse amada puede suponer menos exigencias hacia los otros y más confianza en una misma, elegir sin culpas puede, en el decir de la narradora y de sus protagonistas, ser el camino hacia un presente propio, puro, pleno.


Y Victoria, a medida que se anima a buscar y, principalmente, a encontrar, descubre que con más o menos pudor y capacidad de verdad, todos los que la rodean también están buscando, cada uno con su código de supervivencia bajo el brazo. Hasta Martín, negado a todo, desde la óptica de su esposa, busca a tientas alguna certidumbre con que transitar mejor su vida. Hasta su madre y su hermana, a quienes Victoria veía en otra esfera de realidad, lejana, autosuficiente, están en esta misma vida haciendo lo mismo: buscando su felicidad.

A Victoria le es muy difícil ser quien es porque, para eso, precisa dejar de simular ser quien muchos, su marido, su suegra, por ejemplo, creen que ella es. Y no hay forma de resolverlo sola, ni de un día para el otro, porque primero debe volver a reconocerse y despojarse, le urge descalzarse y enraizarse fuerte a la tierra.

Un solo refugio encuentra siempre Victoria, a pesar de las rutinas y el cansancio: sus hijos “Victoria cierra la computadora y lleva a su hija a la cama con la tranquilidad de saber que es ahí, solamente, en donde quiere estar”. Franco y Cata la llevan a su intimidad más fundamental, como Santiago lo logra desde otro rol, con su yoga, con su cuerpo. Ven su verdadero ser y por eso, Victoria se aferra más a ellos, cuanto más suelta el mundo incorporado a través de los años, los compromisos artificiales, los bienes materiales, las obligaciones. Los hijos son el cenit de su amor propio, amor que ella había dejado archivado y que Santiago le ayudó a reconocer, a apreciar, a dar brillo nuevamente.

Esta novela sabe entrar por los lugares más inquietos de una mujer, de una persona, por su escritura enérgica, dinámica, una escritura que tiene la respiración como fundamento, analogía a la práctica del yoga que deja a Victoria al descubierto para sí misma, descalza, aireada, ella.



Descalza. Buenos Aires, ed. Vinciguerra, 2014. ISBN 978-950-843.
365 págs.