Ella se va, de Emmanuelle Bercot (Cine)


Por Soledad Castro.

Es difícil escribir un comentario sobre una película que te hace llorar. Sobre todo cuando racionalmente uno es capaz de distinguir que no se encuentra frente a una obra maestra o a una apuesta demasiado diferente de otras muchas dentro del corpus del cine francés reciente. De hecho, podría dedicar este texto a enumerar sus defectos: un guión bastante débil con varios subrayados innecesarios, recursos estéticos de cámara y montaje algo repetitivos y una mirada bastante complaciente sobre la idiosincrasia de una burguesía decadente, con banquete familiar entre los árboles y todo. Sin embargo, Ella se va quedó en mi memoria como una hermosa película, llena de hallazgos y cosas para decir. Tal vez porque a pesar de su imperfección contagia una frescura inesperada gracias al pulso de una directora que se anima a las emociones simples y es lo suficientemente generosa y compasiva como para enamorarse de cada uno de sus personajes. 

Bettie (Catherine Deneuve) es una veterana de más de sesenta años que rige un restorán a punto de quebrar en la zona de Bretaña, al noroeste de Francia. Vive con una madre anciana que no deja de meterse en su vida, al punto de contarle sin pruritos que el hombre que ama la ha dejado por una mujer mucho más joven con la que además va a tener un hijo. La relación entre madre e hija será uno de los motores del relato y el eje donde la película encuentra uno de sus temas principales: cómo los vínculos entre padres e hijos, entre madres e hijas, están signados por la tensión entre las fantasías que unos tienen sobre los otros construidas y afincadas a través de los años, y la realidad de cada uno y de su vida. La mirada femenina detrás de cámara logra una familiaridad precisa y nunca solemne gracias a la fotografía de los primeros planos, cercanos, exhaustivos en el tiempo del montaje (nos deja verlas de cerca, sentirlas, incluyendo los silencios, las miradas, los movimientos sin sentido dramático inmediato), dejando que los espacios cerrados hagan lo suyo en relación a la sensación asfixiante que nos causa esa casa, esa madre y una vida que parece estar condenada a la vejez y a la resignación. 

Pero en un impulso de angustia Bettie abandona el restorán, agarra el auto y se va. Catherine Deneuve logra conformar un personaje de una delicadeza humana muy particular, donde la búsqueda de un nuevo sentido no está acompañada de poses, muecas o ampulosidades, sino más bien de las ganas de dejar entrar, de mostrar una vulnerabilidad sincera. La motivación primaria es comprar cigarrillos, y gracias a ese primer movimiento el azar empieza a intervenir a la manera clásica de las road movies y el personaje se encuentra poniéndole el cuerpo a diversas situaciones inesperadas, algunas más tangenciales y otras más direccionadas hacia la construcción de una coherencia narrativa. 

En las primeras secuencias de viaje, gracias a un trabajo bastante certero con el espacio, el tiempo, los personajes secundarios y la música, la película logra un retrato para nada banal de la sensualidad de una mujer madura, y del enfrentamiento con esas inseguridades con las que evidentemente la misma Catherine Deneuve debe enfrentarse en la vida real: ¿cómo se vive la vejez y la transformación del cuerpo y la belleza? Tal vez si uno las piensa como decisiones de guión las escenas resultan algo previsibles: la noche y el bar, el sexo con un hombre más joven, una escena de riesgo y violencia con desconocidos. Pero lo extraño es que hay algo genuino y valiente en la manera en la que están retratados los espacios, ese bar, ese hotel; los rostros de disfrute de las mujeres, las miradas y actitudes de los personajes masculinos, lo absurdo de los diálogos, las sensaciones de ajenidad, angustia o amenaza. Como si las falencias argumentales se convirtieran en excusas para un énfasis en los detalles que permite oscilar entre la obviedad y la sorpresa, con una intención realista que termina funcionando muy bien para introducirnos lentamente en la naturaleza del personaje.

El ritmo de la película cambia, se acelera y se vuelve más narrativo cuando Bettie recibe una llamada desesperada de su hija, que tiene que presentarse a un nuevo trabajo y le pide por favor que vaya a buscar a su nieto para llevarlo hasta donde está su abuelo. Desde su introducción en el relato, el personaje de Muriel (interpretado por la bellísima Camille, conocida en Francia por su carrera como cantante) aporta una nueva energía: su conflictiva relación con su madre, el retrato de la insatisfacción y el signo continúo del reclamo como único modo posible de acercamiento. Bettie ya no es solo hija sino madre; eso cambia su rol a nuestros ojos y pone en juego toda una nueva dimensión del personaje, que ya no parece tan desvalido ni nos resulta tan simpático.

Cuando llega a la casa de su hija, Bettie se encuentra con su nieto Charly (casi un desconocido para ella) y la película comienza a dar cuenta de ese encuentro, abandonando la idea de un único punto de vista y ampliando la mirada para incluir al niño. Es allí donde uno piensa en lo maestros que suelen ser los franceses para filmar la infancia, en este caso poniendo el énfasis en lo que significa con respecto a la adultez: la imposibilidad de zafar de los conflictos que nos anteceden y la necesidad de depender de las decisiones ajenas para poder vivir. La infancia no es el espacio de la libertad o la inocencia, sino más bien de una ansiedad y una rebeldía continuas, signadas por el rechazo, la soledad y el abandono y convertidas en una pose defensiva que incluye hasta formas de la sensualidad y la agresión para seducir a esa abuela desconocida y lejana. Bettie es juzgada por su hija y por su nieto, pero no por la cámara: el pasado aparece con sutileza en forma de tonalidades en la voz, de posturas corporales, de pequeños hábitos en la relación de los personajes entre ellos y con el espacio. Las elecciones de puesta en escena, basadas en la disparidad del encuentro y en los caprichos del niño, encuentran en el humor y en los espacios abiertos de la ruta una salida fresca y vital para resolver las tensiones y llenar de ambigüedad (y así, de humanidad y hondura) las acciones de los personajes en camino hacia un verdadero encuentro, ese que excede los lazos sanguíneos para convertir el vínculo en otra cosa.

La reflexión acerca de la belleza femenina alcanza su punto culminante cuando Bettie lleva a su nieto Charly a un reencuentro con sus ex compañeras reinas de belleza de diversas regiones de Francia. Creo que es el momento donde la película cae en un espacio más complicado, más lleno de lugares comunes, pero la interpretación de Catherine Deneuve y del encantador, fresco e hilarante Nemo Schifmann (espero ver pronto a ese niño en alguna otra película, qué actoraso) logra una química que se lleva por delante todos los prejuicios.

Finalmente, la película vuelve a la ruta y nos ofrece un tercer tramo que deriva en una escena familiar donde se ponen en juego todas las relaciones y los vínculos para mostrar que a pesar de todos los pesares y de que parezca un mero slogan publicitario, “la vida continúa”. Lo interesante, lo que conmueve, no está solamente en la manera en que se resuelven los encuentros más duros y confrontativos, sino otra vez en las pequeñas señales de intimidad que dan cuenta de una directora que se está haciendo cargo de contar con honestidad lo que conoce para dejarnos interpretar, opinar, tomar nuestras decisiones como espectadores. Después de recriminarle amargamente a los gritos todos sus errores a lo largo de los años, Muriel termina llorando en el hombro de su mamá, que le acaricia el pelo y le promete: “todo va a salir bien”. La manera en la que duermen en la misma cama, una cerquita de la otra; la forma en que cantan abuela, madre, hija y nieto una misma canción durante la comida, revelan con cariño que más allá del reclamo más intenso y los errores más álgidos en las formas de crianza, en la sucesión de las ausencias y las presencias, hay una forma del amor que sobrevive. 

Será eso lo que uno reconoce como mujer e hija, eso que una amiga me dijo ayer: uno nunca termina de sacarle las fichas a aquellos a los que ama. Porque tarde o temprano está obligado a aprender que el verdadero laburo es con uno mismo, y que la belleza, la sensualidad o la capacidad de ser feliz tienen mucho más que ver con darnos permiso que con cánones, recetas, reclamos, demandas o “deber seres”. Ella se va emociona porque parece darnos la chance de pensar que aceptar a nuestras madres, a nuestras hijas, como personas distintas y diversas; intentar atravesar el enojo y comprenderlas, no es solamente un proceso cotidiano que se prolonga toda la vida: es un ejercicio necesario para aceptar quiénes somos. 

Ficha técnico-artística:

Elenco
Catherine Deneuve ……. Bettie
Nemo Schiffman …….. Charly
Gérard Garouste ……. Alain
Camille ……… Muriel
Claude Gensac …….. Annie
Paul Hamy ………. Marco
Mylène Demongeot ……. Fanfan
Hafsia Herzi ………. Jeanne

Director: Emmanuelle Bercot
Guionista: Emmanuelle Bercot - Jérôme Tonnerre
Productor: Olivier Delbosc - Marc Missonnier
Fotografía: Guillaume Schiffman
Montaje: Julien Leloup

 
Francia
113 minutos
Año: 2013