20.000 besos, de Sebastián de Caro (Cine)


Por Soledad Castro

El argumento general de una comedia es solo una pequeña parte de su universo. Suele ser un cine del aquí y ahora, donde cada situación puede dar lugar a una pequeña fiesta del instante. Empieza a importar bastante poco cuál es el sentido de una escena con respecto a las demás: las digresiones, los disparates y los más ínfimos detalles pueden dar lugar a un disfrute efímero y liberador que tenga como mérito principal (y no es poca cosa) el goce del espectador. 

En ese sentido, la película de Sebastián De Caro tiene grandes hallazgos. Es muy lindo ver cómo Juan, ese treintañero recién separado interpretado de forma sencillamente encantadora por Walter Cornás, se reencuentra con sus amigos o enfrenta los pequeños conflictos cotidianos. Las escenas masculinas grupales están llenas de frescura y conexión sincera entre los personajes, y la construcción algo caricaturesca de cada uno (muy al estilo nueva comedia americana) funciona perfectamente para que los chistes, las referencias generacionales y los debates sobre la intimidad se deslicen con elegancia entre el realismo y el absurdo. Uno se cree el cariño y la complicidad de esos amigos, sobre todo si tiene treinta y pico y puede identificarse con el estilo del lenguaje (siempre ajustado a lo local, nunca ampuloso ni pretencioso) y con las referencias a juegos, canciones y películas de los ochenta.



La simpatía de 20.000 Besos se basa también en un hecho fundamental: la cámara sale a la calle y retrata con acierto un Buenos Aires agradable, limpio, iluminado y colorido, con apuestas clásicas a una belleza de luces nocturnas fuera de foco, fugas en azoteas, plazas con preciosos muros grafiteados o amplios frentes de casas y edificios. En los interiores el juego es el mismo: los personajes son tipos de clase media y espacios pequeños como baños y cocinas nunca resultan encerrados u opresivos, sino armoniosos y perfectamente adecuados para el desarrollo de una historia que elige no cuestionarlos. Hay un desafío muy interesante ahí, que está cumplido: el de laburar con fluidez en espacios con poco tiro de cámara y suplir con buenas elecciones de lenguaje (y un ritmo bárbaro en el montaje de los diálogos) la poca libertad en términos presupuestales. La idea de que lo que más importa son las relaciones humanas está perfectamente lograda y el encanto genuino de los personajes (sobre todo los masculinos) disimula absolutamente las posibles dificultades técnicas, logrando una película con un “look” de comedia muy consistente y nunca lenta o aburrida. Mención especial para una banda sonora que complementa perfectamente los climas del relato y para la preciosa secuencia de animación de los créditos de inicio, que es de una realización perfecta: hay una pasión y un disfrute muy grandes ahí, de técnicos verdaderamente comprometidos con lo que están haciendo. 


Pero una comedia no es tampoco solo simpatía, linda fotografía y ritmo narrativo, sobre todo cuando se trata de una comedia romántica (o al menos, que plantea lo amoroso como uno de sus centros fundamentales). La idea del amor que se transmite (si es que tal idea existe) resulta superficial y vacía, sobre todo por el estereotipo y la falta de ambigüedad de los personajes femeninos. No es solo que los personajes tengan una mirada adolescente sobre el amor: la película la tiene. Esa mirada no se desdobla ni se cuestiona, ni se invierte al final; nunca podemos sentir o comprender el encanto de esas chicas “taradas” si no es celebrándolas únicamente desde su belleza publicitaria o esa supuesta magia que las “hadas” (así se autodenomina el grupo de amigas a la que pertenece la protagonista) manejan porque no comprenden nada, porque se ríen sin sentido, porque se visten a la onda y festejan cualquier guarangada cuando están aburridas. Las bellas taradas se merecen el cine, además: son las filmadas y retratadas dentro del relato por el protagonista cuando hace un cortometraje y fuera del relato por la exhaustiva cámara de De Caro. Las mujeres que piensan, adultas, artistas o profesionales, resultan unas cínicas amargadas sin vitalidad alguna que no saben disfrutar, son demandantes y generan en los hombres un aburrimiento completo porque no entienden lo maravilloso de andar en skate o mirar ciento cincuenta veces La Guerra de las Galaxias. Es cierto que al final es una de esas mujeres la que supuestamente devuelve la “magia” al protagonista con un gesto simbólico, pero el hecho resulta descriptivo y efímero frente al énfasis que se pone en la “minita”, cuya perfecta sonrisa estúpida al oler una flor es la última imagen que cierra la película. 


En una de las escenas mejor logradas, Juan y su amigo el Cinéfilo (muy bien interpretado por Alan Sabbagh, que en esta película se define como un comediante carismático y cautivador) se sientan a la mesa con Ari, un cineasta en ciernes que propone un corto intelectualoso sobre un juego de roles. La película se ríe del personaje, haciendo notoria referencia a toda la camada joven y “seria” del nuevo cine argentino, representado por figuras como Alejo Moguillansky o Matías Piñeiro. Está muy bien proponer códigos nuevos para el cine local y lograr productos bien realizados, simpáticos y cautivadores para el gran público, que no pequen de aburridos o pseudo intelectuales. Pero en esa carrera también se corre el riesgo de perderse en la simpatía adolescente y dejar de lado la mera posibilidad de establecer una mirada reveladora sobre lo profundo, lo filosófico o lo problemático de la vida por parte de un artista que pertenece a un tiempo y es responsable del sentido de su discurso. Porque la historia del cine nos enseña que la comedia, además de linda, entretenida y aliviadora, ha sido desde siempre uno de los géneros más ácidos, críticos, libertarios y profundamente revolucionarios que han existido. 

Ficha técnico-artística:

Dirección: Sebastián De Caro 

Guión: Sebastián Rotstein

Fotografía: Mariano Suárez 

Música: Cosmo

Edición: Andrés Tambornino

Elenco:Walter Cornás, Gastón Pauls, Carla Quevedo, Alan Sabbagh, Alberto Rojas Apel, Eduardo Blanco, Clemente Cancela, Laura Azcurra y Laura Cymer 

Distribuidora: Energía 

Duración: 92 minutos

País: Argentina